Capítulo 61: El Sol no pidió permiso

El amanecer se filtraba sin vergüenza por los altos ventanales de la habitación del príncipe heredero. La luz entraba dorada, suave, colándose entre los pesados cortinajes que alguien —Emma, en otro acto de desafío— había abierto durante la noche. El aire estaba tibio, perfumado con lavanda marchita, y los candelabros habían sido extinguidos una hora antes, cuando la última vela se rindió al paso del tiempo.

La habitación no parecía un cuarto real en ese momento.

Parecía una escena congelada. Una de esas que se tallan en mármol para que las generaciones futuras nunca olviden.

El príncipe Leonard, aún pálido, respiraba con mayor calma. Su frente húmeda ya no ardía, sus labios no estaban agrietados como el día anterior, y aunque su cuerpo seguía debilitado, la fiebre —esa amenaza sorda— había cedido. Su rostro ya no era una máscara de sufrimiento, sino el de un joven dormido que por fin descansaba tras la guerra interna.

Y a su lado, sin la menor compostura, estaba ella.

Lady Violeta La
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