La noche había caído sobre Theros con un velo espeso.
El viento soplaba con más fuerza que otras veces, trayendo el perfume lejano del mar y un presagio incierto.
Leonard caminaba entre las sombras de los jardines reales, esquivando el protocolo, esquivando a su guardia, esquivando todo lo que debía ser.
Tenía una sola meta: encontrarla.
Y allí estaba.
Lady Violeta Lancaster.
Caminaba sola por el sendero de piedra que bordeaba los rosales del ala este. Su capa oscura ondeaba con el viento, y su silueta era como una sombra elegante bajo la luz de la luna.
Leonard tragó saliva. Sintió que cada paso hacia ella era como caminar sobre hielo quebradizo.
—Violeta —llamó su nombre, casi en un susurro, como si temiera romper el silencio.
Ella se detuvo. No se giró.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin emoción.
—Necesitaba verte.
—¿Ahora? ¿Después de todo?
—Sí.
Ella giró despacio. Su mirada era tan fría que el aire pareció helarse a su alrededor.
—No hay nada más que decir, alteza.
Leonard frunció e