Capítulo 2: El baile del juicio.

Emma respiró hondo.

Ahí estaba. El guion original. El protagonista torturado, noble, pero comprometido con otra.

Y ella… la figura obstáculo. La villana elegida para perder.

—Lo comprendo —respondió con calma—. Puede estar tranquilo, no tengo intención de interponerme entre usted y… sus afectos.

Leonard alzó una ceja, como si no esperara tanta docilidad. Luego se levantó.

—Esta noche debe sonreír, bailar y fingir que este compromiso es deseado. Sé que es capaz de fingirlo mejor que nadie.

Otra daga.

Ella se inclinó con elegancia.

—Al fin y al cabo, fingir es un talento que se afina cuando se es mujer entre hombres poderosos.

Él se detuvo un instante. Luego salió sin mirar atrás.

Cuando las puertas se cerraron, Emma soltó el aire contenido.

Genial. Comprometida con un príncipe que la desprecia, en un mundo donde su personaje original muere traicionada y sola. Y lo peor de todo: en un cuerpo que, por muy hermoso que fuera, venía con una sentencia de muerte marcada en la trama.

Se apoyó contra la pared de piedra, cerrando los ojos.

Tenía que pensar. Rápido.

Si el compromiso se había adelantado, ¿qué más había cambiado? ¿Estaba en una versión reescrita de la historia? ¿O su presencia había comenzado a alterar el curso de los eventos?

Lo único claro era esto:

Sobrevivir como Violeta Lancaster no iba a ser fácil.

Pero si había una mujer capaz de burlar a un príncipe, a un imperio, y al mismísimo destino...

era ella.

El Palacio de Velmore, con sus muros de mármol blanco y sus candelabros de cristal bruñido, se había transformado en una trampa brillante. La música flotaba en el aire como un veneno dulce. Las risas, los brindis, las reverencias… todo era fachada. Nadie venía a celebrar. Todos venían a observar. A murmurar. A señalar.

A juzgar.

Emma Valmont , ahora Violeta Lancaster, sabía lo que este baile representaba. No era una fiesta. Era una ejecución simbólica. Y ella, como en cada buena historia cliché, era el blanco perfecto.

La villana rechazada.

La prometida por conveniencia.

La intrusa en una historia que ya tenía su final feliz escrito… con otro nombre.

Y aun así, allí estaba. Avanzando por la escalera principal como si la alfombra carmesí fuera una alfombra real. Sujetaba su falda escarlata como una armadura, con la espalda recta y la barbilla en alto. Si iban a hundirla, no sería sin antes obligarlos a mirarla a los ojos.

Los nobles se apartaban a su paso, algunos por respeto, otros por desprecio. Pero nadie la ignoraba. El rojo que vestía era una provocación. Violeta Lancaster siempre usaba azul, sobrio, elegante. Emma había elegido el escarlata por una razón: si iban a llamarla una amenaza, pensaba parecerlo.

Leonard de Theros la esperaba al pie de la escalera. Alto, solemne, vestido con los colores de la corona. Su postura era perfecta. Su expresión, glacial. Parecía esculpido por el deber.

—Mi prometida —anunció con una voz hueca que apenas cubría su desprecio.

Los murmullos se desataron como viento entre ramas.

Emma inclinó la cabeza y respondió con una sonrisa contenida.

—Mi príncipe.

Ni una palabra más. La danza ceremonial inició, y con ella, el juego.

El vals giraba con precisión impecable. Sus cuerpos se movían con la armonía de una pareja bien entrenada, pero cada paso era una guerra silenciosa. Él no la miraba. Ella no parpadeaba. Ambos sabían que estaban actuando, pero solo uno conocía el guion real.

—No hay necesidad de fingir tanto desdén —susurró ella entre los giros—. El público ya te adora.

Leonard apretó la mandíbula. Sus manos eran firmes, casi frías.

—Estoy cumpliendo mi deber. Tu familia y la mía pactaron esta unión desde que éramos niños. No me interesa lo que la gente piense. Ni lo que tú pienses.

—Qué romántico —murmuró con una sonrisa irónica—. ¿Así se lo dijiste a Lady Arabella antes de besarla bajo los cerezos?

Él se detuvo por una fracción de segundo. Solo una. Pero bastó para que Emma supiera que había tocado un nervio.

—Ten cuidado —advirtió él en voz baja—. No sabes con quién estás jugando.

—Ah, Leonard —dijo ella, dulce como veneno—. Soy la villana. No me dieron otra opción más que jugar.

Cuando la música terminó, la sala estalló en aplausos, pero Emma sabía que no eran para ella. Eran para la paciencia del príncipe, para la belleza de Arabella, para la comedia trágica que representaban. Y entonces llegó la verdadera joya de la noche: la presentación oficial de Lady Arabella como futura princesa consorte, aún sin título, aún sin alianza... pero ya coronada en el corazón del pueblo.

Arabella brillaba. Cada palabra suya parecía cantada. Cada gesto era digno de un cuento de hadas. Emma casi sentía lástima por ella. Casi.

Después del brindis, Emma escapó a los jardines. Necesitaba aire. Real. No el perfume empolvado de las damas ni el aliento tibio del juicio social.

La luna colgaba como un testigo silencioso. Y fue allí donde apareció Arabella.

—Lady Lancaster —saludó con una sonrisa angelical que no alcanzaba sus ojos—. Qué valiente, venir esta noche. Yo no habría tenido tu entereza si supiera que toda la corte me desprecia.

Emma giró lentamente.

—¿Desprecio? Oh, no. Ellos me temen. Es diferente.

—Leonard no te ama —soltó Arabella, con la dulzura de quien cree que ya ha ganado—. Todo esto es una farsa. Un acuerdo entre casas. Él me lo confesó anoche.

Emma la observó. El mundo literario que conocía la había pintado como una muñeca perfecta. Pero en persona —o al menos en esta extraña dimensión de tinta viva— Arabella tenía garras.

Y eso le gustaba.

—¿Y crees que el amor basta para vencer a la política? —preguntó Emma con voz suave—. Eres más ingenua de lo que aparentas.

—Él me elegirá —replicó Arabella, con convicción.

Emma dio un paso hacia ella.

—Y si no lo hace, ¿seguirás siendo la heroína? ¿O te convertirás en mí?

Arabella no respondió.

En ese momento, Emma escuchó risas cercanas. Nobles. Consejeros. Alguien murmuraba sobre una reunión secreta entre la reina madre y Lord Edevane, uno de los grandes señores del Norte. una mención de "ruptura de compromiso", "alianzas cambiantes", "neutralizar a Lancaster antes del equinoccio". Palabras susurradas entre dos nobles encapuchados con olor a traición y perfume caro.

Lady Lancaster ya se había ido, y Emma se escondió en las sombras, el corazón golpeándole el pecho. 

El libro original nunca mencionó una conspiración así. Esto… era nuevo.

Su papel como villana se estaba reescribiendo. Pero también lo estaba la historia entera.

Cuando volvió al salón, más decidida que nunca, sus pasos eran los de una mujer que había dejado de temerle al guion.

Porque si la historia la quería ver caer…

Ella pensaba aprender a volar.

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