La madrugada en el Templo de Kaldar no era silenciosa. Era solemne. El viento soplaba entre las columnas como un coro de voces antiguas, arrastrando siglos de juramentos, traiciones y secretos sellados con sangre. Los monjes caminaban descalzos sobre el mármol frío, mientras las campanas resonaban en lo alto, anunciando el inicio del alba… y el juicio.
Violeta se vistió con una túnica blanca sencilla, la misma que usaban quienes solicitaban perdón o justicia. No era prisionera, pero tampoco era libre. A su lado, Cerys apretó su brazo brevemente antes de separarse. La sala del veredicto era un lugar donde solo el alma debía hablar.
Las puertas se abrieron con un crujido solemne. El Círculo de los Ocho la esperaba, sentados como estatuas vivientes. El Custodio Lioran estaba en el centro, con el diario de su madre cerrado ante él. Su expresión era neutra, pero sus ojos… lo decían todo.
—Lady Violeta Lancaster —inició la jueza de la Verdad—, se ha deliberado durante toda la noche. Hemos l