Valeria
La habitación estaba en silencio, pero mi mente no. A pesar de lo tarde que era, y de lo exhausto que había sido el día, mi cuerpo se negaba a entregarse al sueño. Aun cuando las luces estaban apagadas y la ventana entreabierta dejaba entrar el fresco de la noche, yo seguía despierta, mirando el techo, reviviendo cada segundo de la tarde, incapaz aún de creer lo que había hecho en el lugar donde trabajo.
¿Qué me pasaba? Solo podía pensar en él, y el su piel. Su respiración entrecortada. Su voz diciéndome que me deseaba. La forma en que me tocó, no solo con deseo, sino con gratitud. Como si estar juntos hubiera sido también una forma de sanar. Y, de alguna manera, lo fue.
Me dolía haber tenido que dejarlo, aunque fuera solo por unas horas. Algo en mí había cambiado. No podía alejarme sabiendo que podía estar en riesgo, que alguien como esa terapeuta nueva podría seguir tratándolo con la misma dureza de antes. No después de haber visto sus moretones y como todo su cuerpo rese