48. Cuidados
48
No pasan ni dos minutos. El silencio del baño se rompe con un estruendo: la puerta principal cede bajo una patada brutal. Las paredes retumban, los pestillos tiemblan.
Las dos mujeres que seguían allí gritan horrorizadas.
La figura de Silas Wyckham aparece en el marco de la puerta, enorme, imponente, con los ojos ardiendo de furia contenida. Sus pasos retumban como martillazos mientras avanza sin dudar.
Las intrusas quedan paralizadas. En un segundo comprenden que están acabadas.
La mirada de Silas es como la de un demonio recién salido del infierno, una presencia oscura que aplasta el aire.
—¿Qué coño le hacen a mi mujer? —ruge con esa voz profunda que helaría la sangre al más valiente— abre la puerta y dejala salir.
Las chicas retroceden y solo una se movió para abrir, tropezando entre ellas. Una de ellas tartamudea, incapaz de articular palabras. La otra, la amante, intenta sostener la mirada, pero sus rodillas tiemblan.
Nora, aún empapada, se levanta despacio. No se esconde, no