El día de la revelación de sexo finalmente había llegado. Apenas desperté esa mañana, sentí un cosquilleo que subía desde mi estómago hasta la garganta, mezcla de nervios y felicidad. Todo estaba listo; Lorenzo se había lucido con cada detalle. Las mesas estaban impecables, con manteles de lino blanco puro y caminos de mesa dorados, cristalería fina que reflejaba la luz de los candelabros, y centros de mesa con flores blancas y lilas que desprendían un aroma delicado y envolvente. Podías sentir que cada pétalo había sido colocado con precisión. Los globos, algunos transparentes con confeti dorado, otros en tonos pastel, flotaban sobre nuestras cabezas como un cielo de celebración. La decoración parecía sacada de una revista de lujo, y todos los invitados, que llegaban uno a uno, no podían evitar mirar alrededor con admiración.
Mi suegra por así llamarla, como siempre había estado al frente de la organización. Últimamente se había mostrado más amable conmigo, desde que cuidé a su hijo,