Capítulo 5: Tú y yo tenemos que hablar…

Christian Walker

Hoy le pedí a Nicolás, mi chofer, que me dejara conducir. Definitivamente, no estaba de humor para tener compañía, necesitaba estar solo, necesitaba sentir la velocidad, necesitaba correr mi auto para sacar el estrés que traigo desde que amaneció.

No soy idiota, sé lo que pasó entre ella y yo, pero ¿Acaso no es lo que ella tanto deseaba? ¿Por qué demonios se fue?

“Tú muy bien sabes por qué, ella sabía que la humillarías por eso y, además, las fotos y videos de anoche, simplemente no te ayudan”, escucho una maldita voz en mi cabeza que dice solo estupideces.

Ahora que lo pienso bien, era para que al despertar estuviera sobre mí, pegada como sanguijuela y yo tratando de huir de ella, no al revés.

Está claro que conozco la maldita tormenta que se desatará si no aparece “Florecita”, como a mi adorada nana le gusta llamarla.

Jamás me imaginé que “Florecita” tuviera las agallas de huir, más bien jamás me imaginé que fuera capaz de pensar en algo que no fuese complacerme.

No quise admitirlo delante de Catalina, pero, varias de las cosas que ella dijo, siguen resonando en mi cabeza. 

Sé que le dije que solo esperaba que mi abuelo muriera para divorciarme; sin embargo, la verdad es que jamás he contemplado separarme de “Florecita”.

Esa maldita escuincla vino a mi vida como una carga, la odié por esa maldita cara de mosca muerta, odié por cómo mi abuelo le tenía en tan alta simpatía, la odié porque ella significaba el fin de mi vida perfecta.

Tengo muchas razones por las que la podría odiar, pero de algún modo, nunca he contemplado separarme de ella. Tal vez soy masoquista, tal vez está mucho en juego o tal vez es que simplemente ya me acostumbré a tenerla en casa.

Mi abuelo supo perfectamente cómo joderme, ya me había pasado varias, sé que estuve tentando varias veces a la suerte y un día simplemente no me sonrió.

Aún recuerdo perfecto ese preciso día, aún recuerdo cuando conocí a la que, sin saber en ese entonces, se iba a convertir en mi esposa.

--- Poco más de 3 años atrás ---

Veo cómo ella poco a poco va desabotonando su blusa, la vista es fabulosa, esos enormes pechos quedan a la vista. Al verlos, solo me produce agarrarlos, apretarlos y morderlos hasta que ella diga basta. 

Odio cuando las mujeres tienen cirugías plásticas, ya que tocar un cuerpo operado y duro, siento como si estuviera tocando plástico, no se compara con la sensación de una piel suave y manejable.

Todas las candidatas a secretarias que llegan a mí, siempre deben contestar esa pregunta. Si alguna tiene una sola cirugía, definitivamente queda descartada.

Esta vez, agradezco enormemente hacer esa pregunta, Mireya va descendiendo su falta de forma tan sensual que solo hace que me prenda más. 

Al mirarla, cómo solo su camisa la cubre, hace que mi pene se ponga duro. Adoro la vista que tengo frente a mí, esa sexy tanga solamente cubre lo necesario, ese sostén, tiene un broche frontal y maldita sea, solo me hace pensar en lo que viene.

- Ven aquí… - digo en un tono serio.

Ella me mira de manera sensual y camina hacia mí; con mi mano, le hago una seña para que se arrodille. 

¡Maldita sea! Tal parece saber qué es lo que quiero, directamente sus manos se mueven con rapidez, ellas van liberándome de lo que impide que mi pene salga en todo su esplendor.

Una vez que está fuera, sin decir una palabra, veo cómo ella muerde su labio inferior con picardía, hace a un lado su cabello e inmediatamente introduce todo mi pene en su exquisita boca.

- ¡Santo cielo! – digo al sentir cómo sus labios envuelven todo mi miembro viril. – Su lengua juguetea conmigo, y yo solo tomo su cabeza para hacer que todo entre en ella.

- ¡Maldita sea! ¡Levántate! – digo cuando siento que casi estoy a punto de correrme al sentir lo más profundo de su garganta. – Siéntate en mí…

Veo cómo ella se levanta, su maquillaje está hecho un caos, pero me vale una m****a, solo quiero sentirla, solo quiero clavar mi pene en ella.

Segundos después, hago a un lado su tanga y roso su clítoris con mis dedos. Es más que obvio que ella lo está pidiendo a gritos, por lo que en segundos, la tengo sentada a horcajadas en mí, no puedo negarlo.

Al sentir cómo entro en ella, casi me corro, pero hago uso de todo mi autocontrol para no desperdiciar esta increíble oportunidad.

Desabotono su sostén, dejo que aquellos pechos enormes salgan a flote, hundo mi rostro en ellos, lo chupo, los lamo, los muerdo, los aprieto… Ella grita y gime de placer… Eso me excita cada vez más y por ende cada vez es más difícil contenerme.

Ella sube y baja, juntos estamos disfrutando de una hermosa y sensual danza en la que, sin importar nada, dejamos salir gemidos y gritos. Estoy a punto de correrme cuando…

- ¡Christian Henri Walker White! ¿QUÉ DEMONIOS ESTÁS HACIENDO? ¡MALDITO BASTARDO! –siento un escalofrío recorrerme al escuchar aquella voz.

Mireya se levanta de golpe y yo solo puedo sentir cómo un gran dolor en las bolas me invade. 

Veo cómo la mujer que me estaba llevando a tocar el cielo trata de cubrir su cuerpo con la blusa que agradezco no se haya quitado.

Yo, con dolor de bolas, rápidamente guardo mi miembro aún excitado. Es más que obvio que todo terminó en desastre, aunque me sentí más avergonzado cuando vi que mi abuelo no venía solo. 

Una mujer lo acompañaba, seguramente una de sus tantas trabajadoras; ella tenía abiertos los ojos como platos y su boca denotaba sorpresa.

- ¡Florecita, mi niña, cierra los ojos! – dijo mi abuelo dándose cuenta de que esa mujer estaba en shock. 

- ¡Lo siento, mi niña! Lamento mucho que hayas tenido que presenciar tan desvergonzada situación, al parecer mi nieto no puede mantener aquello dentro de sus pantalones.

Luego veo cómo mi abuelo voltea hacia donde está petrificada Mireya.

- Señorita, supongo que es la nueva asistente de mi nieto… -dice mi abuelo en un tono tranquilo, mientras cubre los ojos de aquella mujer que desconozco. 

– Tome su ropa y vístase, ahí está el baño, métase y hasta que se haya compuesto, salga, recojas sus cosas y pase a recursos humanos, está usted despedida. -dice mi abuelo y hasta en estas malditas situaciones suena elegante.

- ¡ABUELO! – digo en voz alta.

Solo puedo ver cómo Mireya, levanta su ropa y se va hacia mi baño personal. 

Yo aprovecho y acomodo mi ropa, camino hacia la silla detrás del escritorio para que no se vea el desastre que llevo entre mis piernas.

Mientras hago eso, miro como mi abuelo, suelta el rostro de la mujer que lo acompaña. Ahora, con un poco más de atención, me doy cuenta de que aquella mujer, no es una mujer, es una maldita escuincla.

Ella se queda parada en el mismo lugar donde mi abuelo la dejó, ni siquiera puede verme a la cara, a primera vista, es solo una chamaca flacucha y sin gracia.

Seguramente debe ser alguna de sus proveedoras. Mi abuelo tiene la mala costumbre de meter a todo tipo de gente hasta en nuestra cocina.

- ¡Florecita, agradezco tu visita, mi niña! Espero que esto no provoque que ya no quieras venir. ¡Gracias por tomarte un cafecito conmigo y platicar!

Aquí está el pago de este mes, te espero en el siguiente, ojalá pudieras ser tú quien venga a dejar mi pedido. Mi niña hermosa, cualquier cosa que llegaras a necesitar, no dudes en llamarme, yo les debo mucho a tus padres y no quiero perderte la pista. –le dice mi abuelo mientras le extiende un cheque a la flacucha esa.

Inmediatamente, veo que ella toma camino hacia la puerta. Por error o por coincidencia, nuestros ojos se topan, ella se sonroja e inmediatamente se retira de manera muy torpe.

Yo, por el contrario, solo sonrió por dentro. Esa reacción en las mujeres me parece interesante, sé quién soy y sé lo que tengo, así que, después de lo que vio, me imagino lo que cruzo por su mente.

La sonrisa que tenía se me borra al escuchar la voz de mi abuelo.

- Hijo, tú y yo tenemos que hablar…

Antes de que llegue a la silla frente a mi escritorio, Mireya sale del baño, me mira y quiero suponer que piensa que voy a meter las manos por ella, pero, creo que debe darse cuenta de que la situación no está para favoritismos.

Ella camina lentamente hacia la puerta, pero apresura el paso tan pronto como mi abuelo hablar.

- ¡ERES UN MALDITO DESVERGONZADO! Ya me habían llegado rumores; sin embargo, no lo había podido constatar. Voy a pedir que manden a quemar ese sillón que llevaba años en esta oficina.

¡MALDITA SEA, CHRISTIAN! ¿CUÁNDO PIENSAS MADURAR? ¡YA NO ERES UN JOVENCITO…! –dice y solo veo cómo se lleva su mano a la frente, preocupado. 

- Voy a volver a tomar la presidencia del consorcio, al menos hasta que demuestres que realmente vale la pena dejarte la presidencia. –dice evidentemente molesto.

- ¡Abuelo, no hablas en serio! –digo con evidente sorpresa.

- ¡Hablo muy en serio, Christian! ¿Acaso recuerdas qué día es hoy? – dice con voz quebrada. 

- ¡ES EL MALDITO ANIVERSARIO LUCTUOSO DE TU MADRE! Necesito que, de una vez por todas, pienses en establecerte, consigue una mujer, cásate y finalmente cumple con tu mayor responsabilidad jovencito, la cual es brindar un heredero a esta familia.

¡Ah, Christian! No estoy hablando en sentido figurado. Te doy un maldito mes, necesito ver un cambio en ti, de lo contrario, jamás volverás a poner un pie en esta oficina, así seas mi nieto y único heredero.

- ¡No hablas en serio, abuelo!

- ¡Ah, claro que sí hablo y muy en serio!

- ¿De dónde demonios voy a sacar a una mujer con la que me quiera casar? Te lo he dicho, yo no creo en esas malditas tradiciones tuyas…

- ¡Pues me vale una m****a en lo que creas! Te casas y te estableces o, jamás volverás a pisar mi compañía, porque, hijo mío, ahora estarás sentado en esa silla, pero yo soy quien quita y pone al CEO de este lugar…

- ¡ABUELO! Yo he trabajado muy duro para llegar a donde estoy… - grito molesto porque no puedo creer las cosas que salen de su boca.

- ¡Me vale una m****a tu trabajo! ¿Cómo demonios puedes ser tan desvergonzado? Aquí en esta compañía hay bastantes buenos candidatos que podrían muy bien cubrir tu puesto, ni siquiera lo intentaron porque sabían que este, ya estaba dado a ti por nacimiento.

Yo te pagué la escuela, te he formado y yo mismo también, aunque me duela reconocerlo, te he echado a perder haciéndome de la vista gorda con todos tus líos de faltas.

- ¡Jamás he traído mi vida personal aquí! –digo evidentemente molesto.

- ¡Ah! ¿No? Entonces, dime una cosa… ¿Por qué demonios te estabas cogiendo a tu nueva secretaria en el sillón que tu madre me regaló hace muchísimos años?

Cuando mi abuelo dice aquellas palabras, escucho cómo se le quiebra la voz y puedo ver cómo las lágrimas se acumulan en sus ojos.

¡Maldita sea! ¡Soy un verdadero pendejo!

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