Entre la multitud de personas, divisé a Brian y a Miguel, quienes se acercaron a mí con rostros de preocupación. Brian me abrazó con fuerza y depositó un beso en mi frente. Parecía aliviado de verme.
—Alma, qué gusto que estés bien. — Pronunció mi tío al abrazarme.
No lograba emitir ninguna palabra ni enfocar mi mirada en ellos. La adrenalina ya había pasado y llegó a mí un intenso dolor en el tobillo; seguramente me lastimé al saltar de la ventana y no lo había notado.
—Está herida, necesitamos una ambulancia. — Pidió Miguel.
—Es solo un rasguño. ¿Dónde está mi padre? — Inquirí.
Ni Miguel ni Brian me respondieron. Insistieron en que los paramédicos me revisaran.
Fueron las dos horas más largas mientras me llevaban a la clínica. Lo único que habitaba en mis pensamientos era Gabriel; necesitaba asegurarme de que él estuviera bien, necesitaba volver a su lado.
Estaba tan nerviosa que los paramédicos decidieron sedarme, y no supe nada más de mí.
[...]
Me desperté aturdida y desconcertada