El cielo estaba despejado, y el aire fresco de la mañana tenía un sabor distinto.
Elizabeth miraba por la ventanilla del auto mientras David conducía en silencio.
Ambos sabían a dónde iban, pero ninguno lo había dicho en voz alta.
—Hoy es el primer ultrasonido —murmuró ella, casi como si hablara consigo misma.
—¿Estás nerviosa? —preguntó él, con la vista al frente.
—Un poco… —hizo una pausa—. No sé. Es raro. Emocionada también. Es la primera vez que… veré que hay algo real ahí dentro.
Se llevó la mano al vientre con ternura.
—¿Quieres que entre contigo? —preguntó él de golpe.
Elizabeth lo miró sorprendida.
—¿Tú… entrarías?
—Solo si tú quieres.
No sé si se permite, pero…
—Sí… —respondió, bajando la mirada—. Me gustaría que estuvieras ahí.
Y en ese instante, David sintió que algo cambiaba.
La sala de espera era fría, con paredes blancas y asientos incómodos.
A su alrededor, otras mujeres esperaban también, algunas acompañadas, otras solas.
Elizabeth se