63. El príncipe Dolido.
El estruendo de la puerta al abrirse de golpe fue seguido por la entrada violenta de los guardias, una marea de acero y determinación que inundó la cámara. Avanzaron antes que el príncipe, sus manos duras y impersonales se cerraron sobre los hombros de Eryn, que aún estaba sentado al borde del lecho, paralizado por el dolor interno y la lucha de su magia. No opuso resistencia; no podía. Con un tirón brusco, lo levantaron como a un fardo, arrancándolo del lado del rey, y lo obligaron a ponerse de frente a la entrada.
Allí estaba Evdenor. Su rostro, pálido y contraído por la alarma, era una máscara de furia protectora. Sin dudar, con el movimiento fluido de quien ha entrenado toda su vida para el combate, desenvainó su espada. El sonido del acero deslizándose fue un silbido mortal en el tenso silencio, solo roto por los jadeos entrecortados de Eryn.
El mundo de Evdenor se redujo a un único punto: la figura temblorosa del intruso, del supuesto asesino de su padre. Avanzó, y con un gest