60. Primogénita.
Había pasado una semana del escándalo de la boda del príncipe de Haro, y a pesar que había salido muy bien para el príncipe Evdenor al no tener que casarse, la acción de la princesa de tierras ajenas había traído consecuencias para terceros.
El aire en la plaza estaba cargado de una solemnidad lúgubre. Una semana después del fiasco nupcial, el reino de Haro exigía su precio. Para Dana, el precio era la vida. Atada al mástil de la hoguera, rodeada de leña seca, su figura parecía pequeña y frágil contra la inmensidad de su destino. Las lágrimas habían cesado; solo quedaba un vacío aterrado y un rencor amargo.
—Tienes derecho a decir unas palabras —anunció uno de los verdugos, su voz impersonal, como si leyera un procedimiento.
Dana alzó la cabeza. Su mirada, nublada por el miedo y la desesperación, escudriñó la plataforma donde estaba la nobleza. No buscó a sus antiguos compañeros, ni siquiera a la pálida y furiosa figura de Celestine, quien observaba desde la distancia, ya despojada