51. Entrelazados.
El banquete avanzaba muy lento, demasiado lento, lleno de vino e hipocresía. Eryn se mantenía en su papel de sombra útil detrás de Evdenor, llenando su copa con un vino tan oscuro como el humor del príncipe. Sin embargo, sus servicios eran mínimos; Evdenor parecía alimentarse más del fastidio que de la comida, su apetito ahogado por la presencia de Minerva, quien, en el centro de la atención, reía con una alegría que sonaba a campana de bronce, falsa y resonante.
Mientras los invitados bailaban, comían y bebían en honor a la recién llegada, Evdenor apuró el contenido de su copa de un trago seco. Luego, sin volverse, hizo un ademán breve y autoritario con la mano. Eryn, bien entrenado en el lenguaje silencioso de su príncipe, se inclinó hasta que su oído estuvo a la altura de los labios de Evdenor, listo para recibir una orden. Lo que recibió fue un lamento susurrado con ira.
—Estoy hasta el gorro de esta farsa. Quiero largarme de aquí —masculló Evdenor, mientras su boca se estiraba