50. La protegida del Rey.
Eryn recorría los pasillos del castillo con pasos rápidos, las mejillas aún ardiendo como si el calor de Evdenor siguiera pegado a su cuerpo. Cada vez que recordaba lo del escritorio—esa mezcla absurda de castigo y cariño—, la piel se le erizaba y una vergüenza cálida lo envolvía, como si el príncipe hubiera desenterrado algo que Eryn no estaba listo para nombrar.
"Maldito bruto", pensó, frotándose los rizos con una mueca, aunque una sonrisa traicionera asomaba en sus labios. La orden de escribir su discurso había sido un pretexto, una forma torpe de Evdenor para mantenerlo cerca después de días de distancia. Y Eryn, a pesar de su indignación, no podía negar el alivio de estar de vuelta en las cámaras del príncipe, donde las cosas, aunque complicadas, empezaban a sentirse… bien.
Después de lo del asesino pareciera que todo iba mejorando con su relación, sea lo que sea que tuvieran.
Pero no había tiempo para revolcarse en pensamientos. Evdenor le había encargado buscar unos libr