La reunión en la sala del consejo estaba cargada de una tensión espesa. El mapa de Haro, desplegado sobre la mesa de roble, parecía manchado por los crímenes recientes.
—No es difícil de deducir —intervino un hombre de rostro anguloso y modales bruscos—. Es un pervertido. Abusa de ellas y luego las asesina por vergüenza o para silenciarlas.
La teoría, expuesta con crudeza, resonó en la sala. Varios asintieron con gestos graves. Pero Lean, que había estado examinando los cuerpos en la morgue, negó lentamente con la cabeza. Todos los ojos se volvieron hacia él, pero él miraba directamente a Evdenor. El príncipe ocupaba el sitial de su padre, una presencia joven e imponente bajo el peso de la corona que temporalmente llevaba. El Rey había partido una vez más en su viaje anual, un misterio que se repetía cada año con fechas y destinos cambiantes, un secreto que ni siquiera su heredero conocía.
—En la revisión de los cadáveres —comenzó Lean, su voz clara y calmada contrastando con la