36. Asfixia.
El silencio que siguió al ruego de Eryn fue casi absoluto; la niebla parecía contener la respiración junto con ellos.
Gwaine no respondió de inmediato. Con movimientos lentos y medidos, llevó la mano a la cintura y sacó el pequeño saquito que siempre llevaba: a simple vista, una bolsa para monedas, pero al abrirla dejó ver unas semillas pequeñas, brillantes, verdiazules, que relucían con humedad propia.
Nadie respiró. Los gemelos retrocedieron un paso, Kael tensó la mandíbula y Eryn, empapado y tembloroso, clavó la vista en aquello como si fuera la única cuerda a la que aferrarse.
Gwaine sostuvo una semilla entre los dedos y la miró con extraña solemnidad.
—No son semillas comunes —dijo por fin, en voz baja—. Me las dio un mago que conozco. Las modificó para… para esto.
Los presentes se miraron, expectantes. Gwaine dejó que la palabra flotara antes de continuar.
—Con ellas se puede respirar bajo el agua —explicó—. No devolverán la fuerza ni la vida por arte de magia, pero permitirán q