37. Lazos Rotos.
La escena en la orilla era de devastación y triunfo a medias. El aire frío de la noche llenaba los pulmones de los supervivientes con una crudeza que era a la vez un castigo y una bendición.
Evdenor tosía aún, escupiendo los últimos vestigios del agua oscura del lago. Sus ojos, antes vacíos y hechizados, ahora centelleaban con una confusión furiosa y la aguda vergüenza de haber sido vulnerable. Su mirada se posó primero en Kael, quien, de rodillas a su lado, observaba a su príncipe con una expresión inusual: no de desdén, sino de alivio puro.
—Kael... —la voz de Evdenor era solo un rasguño áspero.
—No hable, Alteza —lo interrumpió el noble, su tono era más una orden que una sugerencia—. Guarde sus fuerzas.
Cerca de ellos, Bertrand se incorporaba con ayuda de Ralion, su rostro de guerrero experimentado estaba pálido, pero sus ojos ya escudriñaban el perímetro, evaluando amenazas, volviendo a su rol. Asintió brevemente a Ralion, un gesto de gratitud silenciosa.
Pero el verdadero cuadro