19. El calor del rubio.
Las murallas del reino se alzaban majestuosas entre la bruma de la mañana, cubiertas por un manto blanco que recién comenzaba a tejer el invierno. El galope de los caballos se fue apagando hasta convertirse en pasos pesados sobre la nieve, mientras dos figuras se aproximaban a las puertas principales.
Los guardias, al reconocerlos, se apresuraron a abrir el portón. Algunos se inclinaron, otros susurraron entre sí, sorprendidos por el estado en que regresaban el príncipe y su acompañante. Evdenor no se detuvo a dar explicaciones; atravesó el umbral con la capa oscura ondeando al viento helado, seguido de cerca por Eryn, que apretaba contra su rostro la bufanda azul. Ninguno dijo palabra.
Las antorchas del patio iluminaban el regreso silencioso, y por primera vez en mucho tiempo, Evdenor sintió que no cargaba un triunfo en su espalda, sino un vacío imposible de disimular.
El frío golpeaba su cuerpo sin piedad, pero no era nada en comparación con el incendio que lo abrasaba por dentro.
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