03 Caza y Cautivo.

Era un día frío, el sol aún no salía y Eryn ya se encontraba de pie tendiendo su cama. A pesar de que no quiso dormir en su nueva habitación el día anterior, ahora hasta agradecía que los nobles tuvieran la costumbre de tener, en una habitación cercana, a sus sirvientes personales, pues su cama era sumamente cómoda y caliente, las paredes no eran frías y tenía privacidad...

Bueno, quizá la tendría más si ese maldito rubio no lo obligara a mantener su puerta abierta.

Se vistió con su ropa, ya no con los uniformes que le habían proporcionado; total, al príncipe pareciera no importarle lo que llevara.

Se preparó mentalmente y suspiró dándose ánimo antes de cruzar esa puerta.

¿Estaría durmiendo aún? O peor: lo estaría esperando.

Se lo imaginó por un momento durmiendo, con su cabello rubio desordenado, saliva resbalando por la comisura de los labios, una pierna fuera de la cama, viéndose bochornoso.

Eryn sonrió engreído ante la imagen creada. Con pasos sigilosos, el mago entró en la habitación con la cabeza agachada en una fingida perfección de sumisión ante su superior.

—Alteza, buenos días —dijo entre dientes, siendo casi un susurro su saludo.

No recibió respuesta, por lo que levantó la vista encontrando un bulto bajo las mantas.

“Sigue durmiendo”, pensó, mirando por inercia hacia la ventana. El príncipe, a estas horas del día de ayer, ya se encontraba todo vestido y siendo el idiota que es desde el alba.

Eryn, curioso, empezó a mirar cada rincón de la habitación. Estaba muy bien ordenada, a excepción del escritorio, donde tenía hojas por todos lados. Sin poder evitarlo, se acercó y arregló bien las hojas, colocándolas suavemente hacia un costado.

Algo le llamó la atención: era una de las hojas que tenía escrito "tratado" con tinta roja. No le tomó mucha importancia y también la dejó a un costado. Al arreglar las hojas, encontró una bandeja escondida bajo ellas. Era una de plata, y muy ruidosa si se caía. Quizá era de la cena que le llevaron ayer y la olvidaron...

A Eryn se le ocurrió una idea y no pudo evitar sonreír por ello.

Se acercó con suma cautela a la cama del príncipe, asomándose con la ilusión de verlo como se lo había imaginado. Pero grande había sido su decepción: Evdenor era perfecto hasta durmiendo. Parpadeó una, dos veces. Su ceja comenzó a temblar.

La tenue luz del amanecer se colaba por los grandes ventanales de la habitación privada del príncipe. Todo estaba en silencio, salvo por el sonido suave del viento colándose entre las cortinas y el rítmico respirar del joven heredero, profundamente dormido entre sábanas finas y perfectamente desordenadas.

—¿En serio…? —susurró con desdén.

El príncipe Evdenor dormía de lado, el cabello ligeramente revuelto de forma artística, como si incluso los dioses hubieran conspirado para que cada mechón cayera en su sitio. Su rostro, relajado, tenía esa molesta expresión de paz que solo los que no tienen remordimientos pueden permitirse. Los labios, apenas entreabiertos. Y para colmo, hasta su respiración era elegante.

Eryn frunció los labios; su ceño se frunció aún más.

—Ni roncás. Sos irritante hasta dormido —murmuró, bajando la bandeja con un suspiro exagerado.

Lo observó unos segundos más. El tipo parecía sacado de un cuadro: piel suave, sin una sola cicatriz visible, ni una gota de baba escapándose. Era... perfecto. Demasiado perfecto.

—Esto ya es personal —masculló, tomando la bandeja con más fuerza de la necesaria.

Se acercó a la cama aún más, con sigilo, sin despegarle la vista. Luego, sin un atisbo de remordimiento, levantó la bandeja de plata… y la dejó caer con un estruendoso ¡clang! sobre la mesita de noche, lo más cerca posible de la cabeza del príncipe.

Evdenor se incorporó sobresaltado, el cabello volando por todas partes, la mirada confundida.

—¡¿Qué demonios…?! —parpadeó varias veces, hasta enfocar al culpable.

Eryn sonrió con la dulzura más falsa que pudo reunir.

—Desayuno, su alteza. Pensé que querrías aprovechar la mañana. Ya sabés, ¡ser perfecto requiere empezar temprano!

El príncipe lo miró, desconcertado, luego a la bandeja, y volvió a él con una ceja arqueada.

—Esa bandeja está vacía. ¿Y qué con ese comentario, celoso?

—¿Yo? No. Estoy ofendido. Los humanos normales se despeinan, babean, roncan o al menos se acuestan como gente. Usted parece pintado por un ángel —dijo apretando mucho los dientes por lo último que había dicho.

Evdenor esbozó una sonrisa somnolienta y se dejó caer otra vez sobre las almohadas.

—Te recomiendo que no hagas eso.

Eryn frunció las cejas, visiblemente confundido.

—¿Hacer qué? —preguntó tosco.

—Enamorarte de mí —dijo sin borrar su sonrisa arrogante—. Ya sabes que no me gusta tocar lo sucio.

Eryn resopló, dándose la vuelta para marcharse.

—¡Ja! No tenés tanta suerte como para que me enamore del egocentrismo en persona —dijo molesto, abriendo la puerta para salir—. Y además, el que está sucio es otro. Ya es tarde: ve a bañarte.

Evdenor levantó la cabeza y lo miró curioso un segundo.

El de rizos mintió. El príncipe no olía mal; solo dijo lo que dijo por la rabia que sentía al cruzar palabra con ese sujeto.

—Eryn —lo llamó por su nombre por primera vez, con un tono serio, lo cual hizo que Eryn volteara de manera rápida.

Sorprendido y asustado al mismo tiempo, el castaño no respondió, solo se quedó quieto esperando la sentencia que su alteza le diera.

¿Se había pasado con su comentario? ¿Lo castigaría?

El príncipe se levantó de la cama, con la expresión aún seria, y caminó con pasos tranquilos hasta donde Eryn se encontraba. La diferencia de altura era notoria, y eso intimidaba aún más al pequeño mago.

Evdenor se inclinó un poco hacia el frente, bajando para estar a la altura de su sirviente, el cual era un manojo de nervios.

—Eryn... Sabes que el que debe ayudarme con el baño eres tú. ¿Acaso quieres verme desnudo una vez más, por eso sugieres que debería bañarme ya?

La expresión de Eryn fue todo un dilema. Los colores se le subieron tan rápido al rostro que el príncipe fácilmente pensaría que su sirviente se había transformado en una manzana roja.

Eryn retrocedió a pasos torpes para tomar de vuelta su espacio personal, totalmente avergonzado.

—¡No! —exclamó con vehemencia, sintiendo tanta vergüenza que pareció divertir al príncipe, quien soltó una carcajada que todo el reino seguramente había escuchado.

—¡Debiste ver tu cara! —dijo entre risas el príncipe, pasando su mano por el rostro.

Eryn tuvo que apretar fuertemente sus puños para no saltar sobre él y arrancarle el cuello.

—Voy por su desayuno —dijo finalmente, volteándose y apresurando sus pasos antes de que el príncipe se atreviera a jugar con su estabilidad emocional.

Lo odiaba. Mucho...

—————

La mañana pasó rápida y con mucha batalla de nervios con su sirviente "preferido", como lo consideraba ahora Evdenor. Le encantaba molestarlo y la forma en que lo desafiaba sin miedo, hasta cierto punto.

Era chistoso, pero también debía admitir que el pequeño joven era bueno en su trabajo. Sí, se le complicaba al principio realizar todas las tareas y caprichos que a él se le ocurrieran, pero cuando agarraba el ritmo no había nadie mejor que Eryn haciendo el trabajo.

No sabía cuándo, pero aprendió a vestirlo rápidamente. También se había dado cuenta de que su escritorio, que la noche anterior había dejado hecho un desastre, al amanecer estaba en completo orden.

Al principio se asustó un poco al pensar que Eryn había leído alguno de sus papeles. Sin embargo, se tranquilizó cuando recordó que era muy baja la posibilidad de que un sirviente supiera leer o escribir.

Otra cosa de la que se percató fue que el castaño no era una mala persona. Paseándose por el castillo y hablando con los sirvientes, de todos tuvo la misma respuesta:

—Es un poco torpe, pero muy dedicado y amable.

Inclusive uno de sus mejores caballeros y amigos había hablado bien de él.

—¿Eryn? —preguntó curioso Bertrand—. Ahora que lo recuerdo, es tu sirviente personal.

El noble solo asintió.

—Es buen muchacho, no deberías ser tan duro con él —dijo sonriendo amablemente—. Ahí como lo ves, enano y mal hablado, es muy inteligente y comprometido en sus labores.

—¿Cómo lo conoces? —Era extraño que Bertrand hablara bien de una persona tan rápido; normalmente era difícil conseguir su confianza.

—Lo conocí en los establos. Cuando llegaba de una cacería, estaba limpiando y dándoles agua a algunos caballos. Al principio lo ignoré, hasta que me hizo conversación mientras yo cepillaba a Sasha, mi yegua. Poco a poco nos fuimos cruzando diariamente en el castillo, y resultó ser muy simpático, así que, de a poco, le empecé a tener confianza y establecimos un tipo de relación amistosa.

Evdenor lo miró de forma curiosa y ladeó su rostro diciendo lo siguiente:

—No es de aquí.

El noble suspiró. Era obvio que el príncipe tarde o temprano se daría cuenta.

—No, no lo es. Aunque trata de hablar con el mismo tono que los pueblerinos, se nota que es de otras tierras, sin contar que su piel es igual de pálida, o más, que la de los nobles. Al principio no lo noté: se pasaba carbón por el rostro y con el resto de su cuerpo no había problema, ya que se cubre hasta el cuello.

—Sí, usa siempre esa asfixiante bufanda.

Ambos soltaron una risa.

Bertrand apretó sus labios, desconforme ante la mirada perdida de su superior.

—No es lo que tú piensas —dijo, recibiendo una mirada de desaprobación del príncipe—. No creo que sea espía de uno del reino Azveria, no hablan igual. Además, Eryn es demasiado torpe como para serlo.

—En eso tienes razón —admitió—. Pero... ¿y si es un mago?

—Sería un raro, al decir verdad —Bertrand se cruzó de brazos, pensativo—. Normalmente los magos tratan de huir del alcance de este reino, no meterse y servir especialmente al heredero de la corona.

—Capaz y es uno valiente que planea atacar cuando esté desprevenido.

—Estás siendo paranoico, Evdenor. Si quisiera matarte, ya lo hubiera hecho. Y, al contrario, te salvó en la cena del veneno —Bertrand suavizó su mirada y colocó una mano en el hombro del príncipe en forma paternal—. No te preocupes tanto, este chico jamás sería como Lizbeth.

Con el nombre de aquella mujer, Evdenor se puso tenso.

—No la nombres. Sabes que no me gusta recordarla.

—Lo siento —dijo, bajando la mano.

—Tienes razón, creo que exageré un poco con Eryn al desconfiar tanto. Creo que ahora permitiré que tenga más privacidad.

—¿Lo vigilabas? —El príncipe sonrió al revés y el caballero no podía creer lo que escuchaba—. Dios, eres un dictador...

—No puedo prometer nada, pero trataré de no molestarlo tanto —el príncipe hizo un último ademán despidiéndose para volver a su habitación.

Hoy quería salir de caza.

Cuando ingresó a su habitación, se encontró con su torpe sirviente, el cual estaba acomodando algunas de las prendas del príncipe, pero sin darse cuenta se había quedado observando de más una bufanda igual de larga que la suya, solo que de un color rojo. La acarició suave, sintiendo que la textura era diferente, más buena y cálida que la suya.

—¿Tienes algo raro con las bufandas, verdad? —La voz del príncipe lo había asustado.

Evdenor sonrió al ver cómo el joven se apresuraba a guardar la prenda y apretaba de más la mandíbula.

—No lo sentí entrar, alteza —dijo bajando la voz al decir "alteza".

—¿Te cuesta?

—¿Qué cosa? —Eryn se acercó al príncipe sin exagerar, dejando un claro espacio entre ellos, pues ya conocía las mañas de ese tipo que hacía de todo para ponerlo nervioso.

—Llamarme "alteza".

“Sí”, pensó, pero negó con la cabeza para no tener que aguantar otro sermón del heredero idiota.

El rubio giró los ojos con fastidio.

—Qué mal mientes, pero puedes llamarme por mi nombre de pila —Eryn, quien se encontraba cabizbajo, levantó la vista sorprendido.

"¿Se había golpeado la cabeza o por qué estaba siendo amable?", pensó el mago, y observaba al príncipe con mucha confusión.

—¿Por qué me miras como si me hubiera salido otra cabeza?

—Solo estoy confundido —confesó—. Pensé que los sirvientes, y especialmente yo, sirviente casi alfombra para usted, tenga el privilegio de llamarlo por su nombre.

—Casi, y parece que me estuvieras llorando —Eryn hizo un puchero involuntario por ese comentario—. Quienes yo quiera que me llamen por mi nombre, lo harán.

—Pero...

El príncipe lo interrumpió.

—Es una orden —Eryn bufó en desacuerdo—. Evdenor Blackwood. Toma mi nombre o apellido y llámame como más gustes.

Eryn se cruzó de brazos, aún sin entender por qué el cambio tan repentino. El hecho de que ahora pudiera llamarlo por su nombre lo hacía más cercano a él… más íntimo.

—Evdenor —pronunció con timidez, sintiendo sus mejillas calentarse y culpable; como si hubiera cometido la peor blasfemia de todas.

Evdenor sintió un pequeño vuelco en su pecho y no entendió por qué su nombre sonaba mucho mejor en la boca de su siervo.

Eso lo emocionó, aunque no lo demostró.

—Bien, así me gusta, obediente —ese comentario hizo que la vergüenza que había sentido Eryn desapareciera al instante.

Odiaba con su alma a ese pomposo rubio dorado.

—Por cierto, Eryn —el rubio buscó entre sus cosas una bolsa de cuero y se la lanzó a su sirviente, el cual, sin problema, lo tomó del aire—, carga mis elementos de caza. También ve a la armería y retira: mi espada, un arco y 10 flechas. Hoy daremos un paseo.

—¿Cazar? No me gusta la caza —confesó.

—No te lo pregunté. Además, ¿que no comes carne? ¿Cómo piensas que se consigue, torpe?

Eryn apretó los labios, tratando de tranquilizarse y no colgar a ese hombre.

—No me alcanzan las monedas como para comer carne. No todos tenemos ese privilegio —dijo acentuando el privilegio, a lo cual el príncipe solo levantó las cejas.

—Con razón estás tan flacucho —agregó—. Pero en fin. Igual vienes conmigo.

—¿Como para qué voy?

—¿Quién crees que cargará mis cosas?

—O sea, ¿voy de burro? ¿Por qué no coges uno de los que tienes en el establo?

—Es que es inhumano hacerlos trabajar tanto —dijo con mucha ironía. Y Eryn sintió que una de sus venas estaba a punto de reventar de la rabia.

Eryn solo bufó y se dirigió hacia la puerta, pero la voz calmada del príncipe lo volvió a llamar.

—¿Y ahora qué? —Giró sobre sus talones, mirando de mala gana a Evdenor.

Evdenor le lanzó la bufanda que antes el joven mago estaba admirando.

—Te la regalo. Prefiero el color rojo antes que el azul. Úsala por mí —dijo con una sonrisa que quizá era muy dulce y bonita como para que se la esté dedicando a él. Pero trató de no darle tantas vueltas.

Solo murmuró un pequeño "gracias" antes de salir de la habitación con el corazón en la garganta.

——————

No tardó mucho Eryn en coger todo lo pedido por Evdenor. Al poco tiempo, ya ambos se encontraban caminando por el bosque.

Eryn caminaba con el ceño fruncido, siguiendo al príncipe sin entender qué hacían exactamente en mitad del bosque sin escolta ni rumbo claro. Él solo había venido porque “sería una simple cacería”, palabras del rubio que ahora inspeccionaba el terreno con una sonrisa demasiado tranquila. Encima que no habia querido traer a nadie mas porque era una salida no "aprobada" por el rey.

Lo que significaba que era un capricho del príncipe, uno que Eryn le gustó, solo porque Evdenor no quiso presenciar la muerte de esa mujer a pasar que ella habia intentado matarlo.

El príncipe iba encima de su caballo negro asesino, mientras Eryn caminaba un poco más atrás, a pie.

—Debes aprender a montar. Y, por cierto, te queda bien la bufanda roja —dijo el rubio, mirando hacia atrás.

Eryn no había ido a caballo por el simple hecho de no saber montar y de tener cierto pánico a caerse. Sin embargo, por primera vez tuvo la suerte de que Evdenor no fuese tan cruel, porque la mayoría de las cosas estaban con él en el caballo. Lo único que llevaba el de rizos era el arco y las flechas.

—Me tomará tiempo —avisó con pesar, mirando con cautela el suelo para no tropezar con alguna rama.

—Es fácil, solo necesitas un buen instructor. ¿Ignoraste mi cumplido? —dijo con un tono ofendido, aunque fingido.

—Adivino… ¿tú, no? —Eryn miró la bufanda antes de contestar—. Lo ignoro porque es raro viniendo de ti. Quizá esta bufanda tiene alguna función para ti, por eso me la diste...

—No, yo no estaría de niñera tuya. Y quizás —dijo lo último refiriéndose a la bufanda.

—Mmgh, era de suponerse.

El príncipe frenó al caballo de repente, bajó y ató al animal a un árbol.

—Espérame aquí, vuelvo enseguida —dijo, acariciando amorosamente a su caballo. Luego miró a Eryn con recelo—. Tú, sígueme.

El castaño, obedeciendo con desgano, lo siguió hasta un arbusto. Evdenor, quien se agachó y obligó al menor a hacer lo mismo, fijó su mirada en un ciervo que comía tranquilamente.

—¿A ese? —preguntó curioso, mirando de cerca al príncipe. Al estar en un lugar pequeño, estaba a centímetros de él, pero evitó pensar mucho en eso.

—Shhh —el rubio lo calló antes de mirarlo como si fuera un idiota—. Pásame el arco y una flecha.

El joven se lo entregó, pero cuando el príncipe se levantó un poco para colocar una flecha en el hilo del arco, ambos escucharon el ruido característico de una flecha suelta. Evdenor, de inmediato, se agachó y, con una de sus manos, obligó a Eryn a ponerse pecho al suelo.

Una flecha había sido lanzada directo a la cabeza de Evdenor.

El ciervo había escapado, pero eso ya no importaba: alguien había intentado asesinar al príncipe. Este, por inercia, pasó el arco y la flecha a Eryn para que se defendiera, como si este supiera utilizar un arma.

El rubio, con heroísmo corriendo por sus venas, se levantó y empuñó su espada, sacándola de su funda, pero al verla se dio cuenta de que era una de madera.

Maldijo con toda su alma a su torpe acompañante.

—¡Mierda, Eryn! —gritó Evdenor volviendo a esconderse en el arbusto—. Me diste una espada de madera.

—¿Qué?, ¿y cómo m****a iba a saber que había una espada de madera entre tus armas de defensa? —preguntó exaltado, aunque no más que el príncipe.

—¡Revisando, maldita sea, Eryn! —se pasó los dedos por su rubio cabello, tratando de pensar—. Bien. Problemas, estamos en problemas... ¿Qué tan bien sabes correr y esquivar?

—Soy rápido y creo que me sé mover —dijo, y no mentía. Toda su vida fue cazado, así que tenía experiencia en eso.—Pero, ¿como saldremos de esto?, no tenemos protección—Dijo preocupado ignorando la primera pregunta de Evdenor.

El príncipe Evdenor se giró hacia él, arrogante como siempre, pero con una chispa divertida en los ojos.

—¿Protección? Si tengo a mi sirviente personal conmigo, ¿qué más podría necesitar?

Eryn bufó. Estaba a punto de responderle cuando escuchó el crujido. Luego, otro. Y otro más. El bosque enmudeció.

De los arbustos, entre sombras, comenzaron a salir hombres armados con armaduras opacas, los colores de otro reino. Eran muchos. Demasiados.

Eryn dio un paso atrás, mirando de reojo al príncipe. Este no se movió. Solo lo miró fijamente... con esa extraña calma.

—Evdenor... —murmuró—. ¿Qué hacemos?

El príncipe respiró hondo, clavó sus ojos en los de Eryn, y le dijo en voz baja, casi íntima:

—Mientras estés a mi lado, todo estará bien. Solo te necesito a tí para salir de esta..

El corazón de Eryn dio un pequeño vuelco. No supo por qué. No tenía sentido. Esa frase, en ese momento...

Sus mejillas se calentaron, y por un instante pensó que había una conexión. Algo más allá del miedo.

Pero entonces el príncipe le sonrió —esa sonrisa peligrosa que ya debería haber aprendido a temer—, y le empujó con una mano firme hacia el claro.

—Corre al norte. Haz ruido. Que te vean.

Eryn lo miró, confundido.

—¿Qué? ¿Qué estás haciendo?

—Confía en mí. Nos volveremos a ver. Yo iré al sur.

Y sin darle tiempo a reaccionar, el príncipe se giró y desapareció entre los árboles.

Los soldados enemigos vieron al único blanco fácil: un muchacho flaco, nervioso, con una bufanda roja ondeando como señal. Eryn corrio lo mas rapido que pudo y esquivo algunas que otras flechas agilmente pero siendo lo torpe que era, tropezó por una rama y asi lo atraparon en segundos.

Mientras lo arrastraban entre maldiciones y cuerdas apretadas, Eryn escupió tierra y rabia.

—"Solo te necesito a tí"… ¡Para usarlo de escudo humano, será!

El mago estaba furioso, ¿Como se atrevia hacerle algo como eso?

Eryn habia sido cargado como un costal de patatas y lo habían arrogado en el lomo de un caballo el cual se encargo de llevárselo a las profundidades de ese bosque, siendo seguidos por los demas caballeros.

Si salía con vida de esto juraba que el rubio lo pagará.

Despues de un recorrido que Eryn podia calcular de 10 kilometros aproximados, llegaron a un campamento improvisado, donde de la misma forma »bruta y como si fuera basura« lo metieron en una de las tiendas y lo dejaron en una silla, donde cambiaron sus ataduras.

Ahí se quedo, peleandose con su propios pensamientos un rato, hasta que por fin alguien se digno a entrar.

La tienda es más lujosa de lo que uno esperaría en medio del bosque. Alfombras rojas cubren el suelo y las telas del techo están bordadas en oro. En el centro, una mesa baja con frutas y vino. En una esquina, Eryn está atado de manos a una silla de respaldo recto, apenas iluminado por las lámparas de aceite. Frente a él, Lysandrel Vieron se sirve una copa, tomándose su tiempo.

— Qué decepción —murmuró Lysandrel sin siquiera mirarlo—. Esperaba un león y me entregan un gatito mojado.

Eryn no respondió. Sus muñecas dolían y su espalda también, pero no iba a darle el gusto de rogar. Alzó la cabeza con lentitud, sus rizos despeinados y su bufanda ausente por primera vez.

Lo habia perdido en la persecución y lamentaba esa perdida.

— Puedes devolverme si no soy lo que esperabas —replicó con sequedad—. Quizá todavía estés a tiempo de atrapar al león.

— Oh no —sonrió el príncipe, acercándose con pasos elegantes—. Un león es predecible. Tú, en cambio... tú me intrigas.

Se detuvo frente a él, observándolo desde arriba. Eryn intentó no apartar la mirada, aunque la copa de vino en la mano del príncipe parecía un símbolo de poder, más amenazante que cualquier espada.

— No tienes el porte de un noble, ni el acento de un nacido en Haro. Y sin embargo —hizo una pausa, inclinándose ligeramente—... no pareces un simple sirviente. No con esa postura, ni esa piel.

Eryn frunció el ceño.

— ¿Qué te importa cómo es mi piel?

— Más de lo que debería —admitió Lysandrel, esbozando una sonrisa ladeada—. Blanca, sin marcas de trabajo duro, protegida del sol. ¿Cómo se explica eso en alguien que dice cargar bolsas todo el día?

— Me cubro —dijo Eryn, secamente—. ¿Está mal querer evitar quemaduras?

— Claro que no. Aunque diría que lo haces por algo más que simple vanidad.

Lysandrel se inclinó un poco más, sus ojos clavados en los de él.

— Hay algo raro en ti, ratoncito. Algo... fuera de lugar.

— Me alegra entretenerte —gruñó Eryn—. Aunque sigo sin entender por qué me tienes aquí. Soy un sirviente. Uno muy corriente, al parecer.

— ¿Corriente?

El príncipe caminó lentamente alrededor de él, como un depredador curioso.

— ¿Entonces por qué sobreviviste al ataque? ¿Por qué ni un rasguño? ¿Y por qué mis hombres te confundieron con alguien importante?

— Pregúntales a ellos —respondió, apretando la mandíbula.

— Ya lo hice —dijo Lysandrel suavemente—. Dijeron que te vieron moverte como si supieras esquivar las flechas. Que uno casi jura haber visto un destello de luz en tus manos antes de que cayera inconsciente.

Eryn palideció apenas, pero no dijo nada. Pues lo que ese sujeto estaba diciendo era mentira, jamas habia pasado eso.

¿Pero, porque decia eso? ¿Acaso estaba probandolo? ¿Por qué? ¿Quién era ese tipo?

Fueron las preguntas que quiza no dijo pero cruzaron la cabeza del pequeño mago.

— Curioso, ¿no? —añadió Lysandrel en voz baja—. Un destello... en la oscuridad.

Se acercó aún más, hasta que sus rostros casi se tocaban. Su aliento olía a vino dulce y especias.

— Dime algo, Eryn. ¿Alguna vez... has sentido que el mundo a tu alrededor obedece algo más que tus pasos?

Eryn le sostuvo la mirada, el corazón latiéndole con fuerza. No sabía si lo estaba provocando, si realmente sospechaba algo o si solo jugaba con él. Pero no iba a ceder.

— Solo obedece a los que tienen espadas —murmuró—. Como tú.

Lysandrel retrocedió un paso, divertido.

— Buena respuesta. Pero no del todo convincente.

Se giró, dándole la espalda por primera vez, y volvió a llenar su copa.

— Tus ojos también son raros. Azul profundo pero con ese tono opaco... como si miraras más allá de lo visible. Me pregunto —tomó un sorbo—... ¿qué ves cuando me miras, Eryn?

— Un hombre aburrido con demasiado poder.

Lysandrel rió, esta vez de verdad. Larga y elegante carcajada.

— ¡Por todos los cielos, eres un insolente encantador! Ya entiendo por qué ese príncipe dorado te tiene cerca.

Eryn lo miró con recelo.

— ¿De qué hablas?

— Bah, no importa. Solo estoy atando cabos.

Se acercó una vez más, ahora con un tono más suave. Sus ojos, sin embargo, seguían siendo los de un gato entretenido con su presa.

— ¿Sabes? Aún no sé qué eres. Pero no te voy a romper todavía. Me gusta más la idea de verte intentar mentirme una y otra vez... hasta que se te acaben las excusas.

Le acarició el rostro con la yema de los dedos, en un gesto casi amable, pero claramente amenazante.

— Y con esa piel... sería un crimen dejar marcas innecesarias.

Eryn se tensó, sin moverse, como una cuerda a punto de romperse. Lysandrel sonrió con satisfacción.

— Descansa, ratoncito. A la tarde hablaremos más. Tal vez incluso me digas un poco de verdad.

Y sin esperar respuesta, se dio media vuelta y salió de la tienda, dejando a Eryn solo con la duda, el miedo... y una creciente sensación de que no había sido simplemente capturado, sino elegido.

Maldito Evdenor, si no volvia por él, lo mataria...

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