01 Un extraño en el castillo.
El sol era fuerte, estaba en lo alto, brillando y calentando todo lo que tocaba, incluyendo al joven cansado y mentalmente vulnerado. Había logrado escapar de las cenizas y de los cazadores de magos, pero no estaba en un lugar mejor. Pues el reino más cercano que encontró fue el mismo que había enviado esas tropas a destrozar su hogar, y ahora, sin nadie en el mundo, debía cuidar su espalda él solo.
Tenía el pie sucio y con golpes generados por la huida; sin embargo, ahora ya podía respirar mejor, dado que no tenía a los caballeros persiguiéndolo. Su madre siempre le había dicho que era una posibilidad que un día los del castillo Haro-Eltherion vinieran tras ellos, ya que era el reino encargado de exterminar a cada ser que utilizara magia. Y si eso llegaba a pasar, le había dicho que huyera y se escondiera como un civil normal y corriente dentro de uno de los reinos. Pero, entre tantos reinos que tenía para elegir, Eryn tuvo la tan mala suerte de terminar en el que amaba rodar cabezas mágicas como la suya.
Contuvo un suspiro y siguió avanzando dentro del mercado del reino.
Fue inteligente: caminar entre el pueblo sirvió para tener alguna idea de cómo sobrevivir en ese reino sin necesidad de robar o mendigar. Era joven y un tanto apuesto; no estaba mal a su parecer, así que podría conseguir trabajo. Escuchaba atentamente a los pueblerinos hablar sobre que la guardia real estaba reclutando a gente del bajo pueblo para servir en el castillo.
—¿Me lo dices en serio? —dijo una mercadera asombrada, mirando a la mujer que compraba manzanas en su puesto.
—¡Claro que sí! Escuché muy bien, además lo vi, vi a los caballeros con el sirviente principal buscando nuevos sirvientes.
—Es una muy buena noticia, debo avisarle a mi niña para que vaya a postularse. La paga es muy buena y los sirvientes tienen techo y comida, ¡es una completa bendición! —La mujer, emocionada, se apresuró a dejar su puesto a uno de sus compañeros del mercado para salir a buscar a su niña.
Eryn escuchó atentamente, ya teniendo en mente lo que podría hacer. Con mucho cuidado, tocó el hombro de la mujer que había informado lo anterior a la comerciante.
La mujer, un tanto curiosa, volteó y abrió los ojos asombrada al ver al muchacho. La piel pálida que tenía, sumada a la ropa muy cubierta y los ojos extraños, llamó la atención de inmediato.
—¿Sí? —preguntó mirándolo de pies a cabeza, no con desprecio, sino con curiosidad.
—No he podido evitar escuchar la conversación —Eryn, a pesar de ser cauteloso y estar un tanto asustado por el entorno, no pudo evitar que su voz saliera firme y emocionada—, y me preguntaba si podrías decirme cuál es el camino más corto para llegar al palacio.
La mujer lo siguió mirando sin abrir la boca, preguntándose cómo era posible que su piel fuera así de pálida, como la de un noble. Solo los nobles solían cuidar mucho su piel; además, sus manos se veían cuidadas y suaves como para ser de un campesino. Sin embargo, su ropa, el hecho de que estaba sucio, lleno de polvo y sin nada en los pies, lo hacía ver como alguien del pueblo bajo.
—No eres de por aquí, ¿verdad? —fue lo único que dijo la mujer, cruzando los brazos sin soltar su canasta de compras.
La ilusión disminuyó en los ojos de Eryn, y negó con la cabeza.
—A los forasteros es muy difícil que les den trabajo en el castillo, ¿sabes? Por la desconfianza de que sean rivales disfrazados de pueblerinos. Tienes una forma peculiar de hablar... si usas ese tono, sabrán que no eres de aquí —el joven apretó los labios, descontento por lo que la mujer decía, pero no objetó.
—Por eso te recomiendo que uses un poco de carbón para manchar esa piel tuya. Saliendo del mercado, encontrarás el camino directo para llegar al castillo. Y... —la mujer miró a su alrededor, tomando un pedazo de carbón de uno de los puestos para entregárselo— mejor no hables. Evita hablar para que no sospechen de tu acento.
El joven la miró extrañado por la ayuda repentina, pero la mujer solo sonrió maternalmente.
—Tengo una especie de don —dijo, guiñando un ojo con complicidad—. Sé cuándo alguien es de buen corazón y necesita ayuda. Así que anda, con un poco de esfuerzo lograrás entrar al castillo. Tienes buena cara, y a ellos les encanta que los sirvientes tengan buena presencia.
El joven tomó el carbón en sus manos y sonrió, agradecido.
—¡Gracias! —dijo, antes de salir a pasos apresurados en dirección al castillo.
No tardó mucho en llegar. Había una pequeña fila de pueblerinos esperando. El portón del castillo se alzaba como una mandíbula de piedra. Eryn dio un paso para formarse en la fila sin levantar demasiado los pies. El calor no cedía, ni siquiera entre las sombras. Algunos sirvientes pasaban junto a ellos, murmurando entre sí cosas que el joven mago no entendió.
Cuando finalmente dejaron ingresar a los recién llegados, pudo observar lo enorme que era el castillo y, a su vez, lo imponente. Un sentimiento sombrío se colocó en su pecho al pisar la primera piedra de ese lugar. Eran dos los que reclutaban: un caballero y un mayordomo.
La fila era de aproximadamente 20 jóvenes, y fueron realmente rápidos en ir descartando.
Hacia la izquierda iban los que eran rechazados, y hacia la derecha, los aceptados...
»Solo había 3 del lado derecho.« Eso realmente preocupó al joven mago.
Cuando finalmente llegó frente a los hombres, Eryn miró sus pies, nervioso, y fue el mayordomo quien tomó con poca delicadeza su mentón. Giró su mandíbula hacia ambos lados, observando detalladamente. Luego tomó uno de sus brazos, palmeándolo un tanto brusco, para por último hacer lo mismo con una de sus piernas y finalmente decir:
—Servirá.
Con esa sola palabra, Ervy pudo soltar el aire que había contenido.
"Estoy dentro", pensó, mordiéndose los labios para evitar sonreír.
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Eran cuatro, solo cuatro de los venite quienes habian sido aceptado 3 eran hombre y una jovencita. Una vez que fueron seleccionados a todos le entregaron dos prendas, una formal de los sirvientes el cual utilizaban cuando habia algun evento importante en el castillo y otro para el dia a dia, mas sin embargo el sirviente quien les entrego las prendas con calzado incluido dijo que realmente no importaba tanto la prenda que utilizaban en el dia a dia, al menos tres de ellos ya que la joven fue designada a la cocina real donde si tenian un uniforme diario obligatorio.
Eryn a ser catalogado como flacucho y debil decidieron asignar tareas no tan pesadas como: limpiar los establos, llevar agua a donde se le dijera, limpiar las armas de los caballeros y armaduras, ayudar con las compras y juntar las prendas, sabanas y fundas de los nobles del reino.
Rapidamente paso una semana completa donde el joven mago habia destacado bastante por los trabajos bien elavorados en poco tiempo, el muchacho era eficiente y carismatico por lo que no tardo en conquistar a varios sirvientes y mercaderos del reino, hasta logro establecer algo parecido a una amistad con uno de los caballeros nobles que servian al rey.
-¿Vas de compras?- pregunto el caballero quien iba pasando por el pasillo.
Eryn quien iba charlando amenamente con Adela quein era parte de la cocina real, normalmente era él quien acompañaba a la dama al mercado, se sorprendido al encontrarlo ahi en el castillo.
-Bertrand-saludo sonriendo al ver al noble-, ¿Que haces por aqui? Pense que irías a escoltar a los musicos para esta noche.
-Si, pero hubo un cambio por parte del príncipe que ordenó que fuera la primera tropa y la mia se tomara un descanso para arreglarnos para el festin de esta noche.
-¡Oh, el principe es tan considerado!-chillo Adela como una jovencita enamorada lo que provoco una risa por parte del noble.
Eryn bufo ante eso antes de agregar-Noble para Bertrand pero no para la tropa que mando a recoger a los invitados.
El caballero solo rio ante el comentario del sirviente.
-Bueno, nos vemos en la cena Eryn y trata por favor de quitarte esa bufanda, me asfixia con tan solo verte.
-Ja, no me mires y ya porque me ¡presentare con ella!-Dijo colocando sus manos cerca de su boca para que hiciera eco ya que su amigo se iba alejando.
No tardaron tanto haciendo las compras pedidas; eran manzanas una cesta de pan y algo de queso por lo cual en menos de media hora los jovenes sirvientes estaban regresando.
-No entiendo porque tanto suspiros por el principe-volvio a decir Eryn un tanto cansado ya de la misma conversación con cada mujer con quien hablaba y en este caso una de la mas intensa.
-¿Es que tu estas ciego Eryn?, es muy guapo, atletico y varonil, sus rubios cabellos brillan mas que el sol, su sonrisa blanca y encantadora roba la respiración de cualquiera y ni hablar de sus ojos tan profundos, tan solo mirar esas esmeraldas vivas te quedas pasmado-Adela suspiro de vuelta-. Es que tienes que verlo, el rey y la reina debieron haberlo hecho con mucho amor.
Eryn solo nego con la cabeza sin entender como era posible que esa joven hablara tanto.
-Tranquila, no te orines de la emoción que seria muy vergonzoso, ¡auch!- la joven le habia golpeado el brazo por el comentario conteniendo una risa.
-No seas grosero, tonto.
El sol caía pesado sobre los adoquines del patio central cuando Eryn regresaba del mercado con una canasta de frutas y pan. Caminaba en silencio, la bufanda azul apretada contra su cuello para protegerse del sol. A su lado, seguia Adela quien parloteaba sin pausa, pero él apenas escuchaba. Estaba cansado, y el calor le hacía picar los brazos cubiertos por su camisa de mangas largas.
Al doblar una esquina, una carcajada fuerte lo sacó de su letargo. Un grupo de caballeros jugaba a pelear en el terreno abierto frente al castillo, o quizas practicaban, lanzando espadas de madera y gritando como niños. Entre ellos, uno destacaba: joven, seguro, con un brillo arrogante en los ojos. Vestía ropas más finas, pero movía la espada con descuido, como si no temiera nunca ser alcanzado.
-¡Cuidado! -gritó alguien, pero fue tarde.
Una de las espadas de práctica voló por el aire y chocó de lleno contra la canasta de Eryn, haciéndola caer al suelo. Las manzanas rodaron como soldados vencidos.
Eryn se quedó quieto unos segundos, como calculando si valía la pena causar una escena. Luego levantó la vista y clavó los ojos en el chico que reía con más fuerza que el resto. Siendo este el responsable al desarmar a su contrincante haciendo volar su espada hacia su canasta.
-¿Esto te parece gracioso? -preguntó, sin levantar la voz.
-¿Perdón? -El joven ladeó la cabeza, divertido-. Solo fue un accidente. Tenés buena suerte para estar en el lugar equivocado.
-Y tú tienes talento para hacerte el idiota -espetó Eryn, agachándose para recoger las frutas aplastadas-. Si tenés tanto tiempo libre, ¿qué tal una pequeña revancha? Claro, sin que me tires tu arma cuando estoy desprevenido.
Hubo un silencio incómodo. Los caballeros lo miraron como si acabara de insultar a un dios.
-¿Sabés con quién estás hablando? -susurró su compañera, tirándole de la manga.
Eryn no respondió. Había algo en ese chico que le irritaba profundamente. Esa seguridad falsa. Ese encanto calculado. Ese... brillo en los ojos.
El joven sonrió.
-Me parece justo -dijo, arrojándole una espada de madera-. Pero no digas que no te advertí.
Eryn lo fulminó con la mirada. Ya tenía la espada que le habían lanzado, y que el príncipe le arrojara otra dejaba clara la burla. Sí, el joven mago sabia que era un noble pero no le importo solo le iba a dar una lección de tener mas cuidado y luego volveria a su labores...
Sabia que no debe usar magia, pero no habia problema si nadie se daba cuenta, ¿O si?
La pelea fue rápida. Eryn, ágil y astuto, usó cada truco a su alcance: una piedra que se movió sola bajo el pie del noble, una ráfaga de viento súbita que hizo vibrar su brazo al atacar. Pequeños detalles que nadie notó... excepto él.
-Interesante... -dijo el príncipe, bloqueando el último golpe con un giro fluido y tirando a Eryn al suelo con un movimiento limpio.
Las risas volvieron, pero esta vez más contenidas. Eryn se quedó en el suelo, jadeando, con una manzana aplastada pegada al codo.
-Buen intento -dijo el príncipe, ofreciéndole la mano con una sonrisa apenas irónica-. Pero para la próxima, te recomiendo no usar trucos... frente a un experto en ellos.
Eryn lo miró sin tomar la mano. Sus ojos se estrecharon.
-Tú no sabes pelear. Eres solo fuerza bruta.
El príncipe bajó la mano, sorprendido por la respuesta. Luego rió.
Bajo una de sus rodillas para que tocara el suelo y asi estar un poco mas a la altura del sirviente.
-¿Ah, si?-dijo con media sonrisa, arrogante como todo noble-, y tu solo eres un bribon torpe que usa trucos porque eres debíl. No vi cuando moviste la piedra con tu pie eh, debo admitir que eres rapido pero inutil.
Diciendo eso tomo una de las manzanas que estaba el suelo para dejar caer de vuelta cerca del joven mago, antes de volver con los demas que seguian riendo de la situación.
Eryn se sintio humillado pero un tanto aliviado al darse cuenta que ese idiota no se habia percatado de su magia.
-¡Si seras tonto!-regaño Adela ayudando al joven mago a levantarse.- Solo a ti se te ocurre desafiar al príncipe. ¿Acaso quieres perder tu cabeza?- dijo ella juntando las manzanas que seguian esparcidas.
-¿Prin...? ¡¿Ese patan era el príncipe!?- pregunto asombrado. -¿Como te puede gustar algo asi y ni siquiera es tan atractivo.
Adela le propino otro golpe pero esta vez en la cabeza con una manzana.
-Deja de decir estupideces y apresurate que ya vamos retrazados.
El mago asintió y ayudo a la mas joven, volviendo lo mas rapido que pudieron a la cocina real ya que esta noche debian estar sirviendo en el banquete.
Eryn sabia que fue impulsivo al reaccionar asi a las provocaciones de ese hombre, pero ahora debe tragarse esa humillación y seguir. A partir de ahora, tendría que andar con más cuidado. Ese idiota arrogante... ya lo volvería a ver.
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La noche cayó más rápido de lo que pensó, y con ella, Eryn pasaba con bandejas llenas de copas por todo el salón real.
La música era suave y agradable, acompañada por las risas. El joven mago fue elegido como uno de los mozos para atender a los nobles, vestido con su traje formal que le habían entregado el primer día para ese tipo de eventos. Lastimosamente, su rostro estaba sin rastro de carbón, dejando su piel blanca a la vista de cualquiera. Por suerte, había tantos invitados —incluidos sirvientes de los nobles— que también portaban piel de porcelana por el cuidado que quizás recibían de sus amos.
—¿Por qué creés que realizaron esta fiesta? —preguntó Adela mientras cargaba su bandeja con pequeñas porciones de comida.
Eryn la miró de reojo y siguió parado con ambas manos en la espalda, esperando ser llamado para realizar alguna tarea que le ordenaran.
—No lo sé, Adela. Tienen mucho oro. Supongo que pueden hacer lo que quieran.
—Sí, pero normalmente tienen un motivo.
—¿Gastar y presumir sus adquisiciones?
Adela bufó.
—¡Que no, Eryn! —agregó—. Es porque el reino ha tenido más de cien victorias en altercados y guerras.
Ahora fue el muchacho quien bufó con desgano y volteó a mirarla por completo.
—¿Ah, sí? ¿Contra quiénes? No creo que muchos quieran enfrentarse a este reino, y mucho menos ser enemigos, siendo que es uno de los más grandes y con la guardia real más numerosa e impenetrable.
Adela asintió, pero añadió:
—Pues sí, excepto un bando: los magos. Ellos siempre estarán en guerra con este reino.
El corazón de Eryn se detuvo por un segundo. ¿En guerra? Si eso pasó ya hace muchos años... Los magos solo querían vivir en paz, sin tener que cuidar su cabeza para que no se la cortara cualquiera que diera “su vida” por el rey.
Esto ya no era una guerra, más bien un genocidio.
¿Era esta fiesta acaso un festejo por haber destrozado, matado y mutilado a su familia y a la gente de su pueblo?
Se regañó mentalmente por dejar que eso lo afectara. Mordiéndose la mejilla interna para disimular su molestia, decidió tomar su bandeja con copas y servir a los nobles. Faltaban nada más y nada menos que cinco minutos para que dieran las doce de la noche y brindaran.
La sala del banquete resplandecía con candelabros dorados y mesas colmadas de manjares. Eryn caminaba entre los sirvientes en silencio, con la cabeza baja y la bandeja firme entre las manos. Aunque no hablaba, sus ojos lo analizaban todo: cada gesto, cada copa, cada plato. Era una forma de protegerse: entender antes de ser descubierto.
Quizás un poco paranoico, pero prefería llamarse precavido.
No era como si su magia se comparara con la de su pueblo. Ni se acercaba. No podía realizar hechizos y mucho menos manejarla con la habilidad de los verdaderos magos. A lo mucho podía mover una roca, elevar algunos materiales y manipularlos, pero no por mucho tiempo y mucho menos decentemente. Su madre siempre había dicho que aún no había despertado por completo. La opinión de su pueblo era diferente y más simple:
“Era un inútil”.
Al llegar cerca de la mesa principal, algo lo detuvo en seco.
La copa del príncipe.
Era distinta a las demás: de base de plata, con bordes finamente labrados, sostenía un cáliz de cristal azul claro que capturaba la luz de las velas con elegancia. Pero eso no fue lo que inquietó a Eryn.
El vino era opaco y tenía una ligera capa de sedimento en el fondo, y...
Apenas visible, casi imperceptible... una iridiscencia verdosa flotaba dentro del vino. No era reflejo de la luz. Eryn conocía ese tipo de resplandor. No era natural. No era inocente. Había visto cosas así en las ruinas de su pueblo, en las trampas dejadas por magos oscuros o por manos enemigas.
Sintió un escalofrío. El corazón le latía con fuerza.
Vaciló solo un instante y luego se obligó a actuar. Avanzó hasta la mesa con paso decidido y, justo cuando vio cómo la copa era colocada frente al príncipe, fingió tropezar. La bandeja cayó al suelo. Las copas se estrellaron contra el mármol, salpicando vino por todas partes.
Pero el príncipe, tan rápido y ágil, había tomado su copa entre las manos antes de que Eryn pudiera tirarla con las demás copas.
Eso molestó al joven mago... ¡Hasta para salvar su vida era tan difícil ese príncipe!
Un silencio tenso se apoderó del salón.
La mirada curiosa del príncipe se posó en él y, al reconocerlo por el altercado de la mañana, le sonrió. Pero era una sonrisa burlona.
—¡¿Qué hacés, inútil?! —espetó un guardia, avanzando hacia él.
Eryn respiró hondo. Rompió el contacto visual con Evandor y, temblando por dentro por lo que venía, trató de parecer sereno. Señaló la copa del príncipe, la única que aún estaba intacta, ahora en las manos del dueño.
—Esa... no deberían beber de esa copa —dijo en voz baja, pero decidido, volviendo a mirar al príncipe.
Las palabras retumbaron en el aire como una blasfemia.
—¿Insinuás que hay veneno? —preguntó un noble, horrorizado—. ¿Acusás al palacio?
—No acuso a nadie —dijo Eryn rápidamente—. Solo... vi algo raro. Un brillo dentro del vino. No debería estar ahí.
Esta vez fue el rey quien se levantó de un salto de su asiento, ofendido. Si era cierto, significaba que alguien había intentado matar a su único heredero.
—Tú, probá ese vino —ordenó a un sirviente que estaba parado al fondo del salón.
Era el catador.
El catador del príncipe, en cumplimiento del protocolo, tomó la copa con cautela. Bebió un sorbo mientras todos contenían el aliento.
Solo pasaron unos segundos.
Luego, el hombre se desplomó.
Gritos. Sillas arrastradas. Guardias corriendo.
El príncipe se levantó de golpe, con los ojos fijos en Eryn.
Y Eryn... quedó ahí, estático, rodeado de miradas acusadoras y asombradas.
—¿Cómo supiste...? —preguntó el príncipe, con la voz más baja pero cargada de sospecha.
Eryn bajó la vista.
—Tuve... un mal presentimiento.
Evandor lo miró con recelo, sin decir más. Aunque gracias a la gran idea de Eryn al intervenir, ahora él era el primer sospechoso.
El rey ordenó de inmediato cerrar las puertas del castillo, prohibiendo ingresos y salidas.
Todos serían interrogados.
El primero en ser revisado fue el entrometido de Eryn. La búsqueda fue minuciosa, pero no encontraron nada en él. No fue hasta que le tocó el turno a la cantante que algo cambió. Apenas los guardias intentaron revisarla, se negó, pero de igual manera fue sometida.
—Es un frasco —dijo un guardia, examinando el objeto con un polvo extraño.
—¿Qué es esto? —preguntó el rey. Ella solo agachó la cabeza—. ¡Responde! —gritó, asustándola.
Pero aun así no dijo nada.
—Tú —apuntó el rey a Eryn, quien en ningún momento se movió de su lugar—, ven aquí.
El siervo obedeció de inmediato.
—Serví una copa de vino —ordenó. El muchacho lo hizo sin objetar, luego colocó la copa frente al rey mientras bajaba la cabeza.
—Verté lo que tiene ese frasco en el vino.
Y como era de esperarse, Eryn lo hizo. Solo un poco nervioso. Tenía miedo.
Una vez mezclado el vino con el polvo extraño, el rey ofreció la copa a la mujer.
—Bebé.
La mujer miró la copa con náuseas y con los ojos brillosos volvió a negar con la cabeza.
—Tengo derecho... tengo derecho a un juicio —dijo finalmente, levantando la mirada hacia el rey, quien solo sonrió sin gracia.
—Sáquenla de mi vista.
La mujer fue arrestada y llevada a las mazmorras, al igual que el resto de los músicos, para su respectivo juicio al alba del día siguiente. Mientras tanto, Eryn, con todo el escándalo, decidió dar un paso atrás, bajando la cabeza e intentando desaparecer de la vista del rey.
—¿Cómo te llamás? —preguntó el rey, y el joven mago maldijo mentalmente.
Lo único que tenía que hacer en su miserable vida era no llamar la atención, pero no... Eryn tenía que seguir sus ideales y salvar la vida de ese pomposo noble.
—Eryndor, alteza —dijo, bajando la cabeza en señal de respeto.
El rey sonrió apenas y puso un brazo sobre el hombro del muchacho.
—Lo que hiciste hoy, te lo voy a agradecer toda la vida. Y por eso quiero premiarte por tu valentía.
—Mi rey, es mi deber como siervo. No merezco ser recompensado. Soy feliz con poder servirles —mintió, para parecer modesto. Porque si era por él, que le dieran dos bolsas de oro y no lo volverían a ver en su miserable vida.
El rey solo sonrió antes de mirar a su hijo, quien tenía una expresión de incredulidad por lo ocurrido. Ignorando las palabras de Eryn, dijo:
—A partir de hoy, Eryn será el sirviente privado del príncipe Evandor.
—¿Qué? —reaccionó de inmediato el príncipe, acercándose a su padre—. No necesito un sirviente personal, padre.
—Mi rey, no creo que sea la mejor idea.
Dijeron ambos jóvenes al unísono, mirándose con desprecio.
—No les estoy preguntando. Estoy ordenando —sentenció el rey con voz dura.
Ambos bajaron la cabeza como cachorros regañados y respondieron juntos:
—Sí, mi señor...