Un Latido Desconocido.
El horizonte parecía una línea dibujada con descuido por un dios cansado. Una carretera estrecha, partida, agrietada como piel reseca, se extendía hasta donde el sol convertía la tierra en un espejismo líquido.
No había árboles, ni sombras, ni señales de que alguien hubiese pasado por ahí en días. Solo viento caliente, granuloso, arrastrando polvo que se pegaba en la lengua.
Cayden avanzaba con pasos pesados, marcados, como si cada huella exigiera una decisión consciente. Cargar el peso del cuerpo, cargar el de Isela. Cargar la culpa.
Isela, apoyada sobre él, apenas sostenía los ojos abiertos. Su respiración era tan fina que por momentos él creía que no la escuchaba.
Más de una vez detuvo el paso, aterrado, y la sostuvo del rostro para comprobar si seguía viva. Seguía. Pero cada vez parecía más lejos de poder mantenerse así.
El aire no ayudaba. Era un aire que ardía, no en la piel, sino debajo de ella. Como si estuviera hecho de metal derretido, vibrando, filtrándose por los pulmones