Rutina.

Damian ajustó su maletín, observando la escena sin emoción. Todo estaba ordenado, limpio, predecible. Tal como debía ser.

Su memoria, fragmentada como siempre, no le permitía recordar con claridad los días anteriores, ni los nombres que alguna vez había amado. Solo sabía que debía presentarse, revisar informes, cumplir su función.

—Buenos días, Damian —dijo Livia desde su escritorio, con esa voz suave que siempre parecía un eco lejano.

—Buenos días —respondió, con la neutralidad de quien repite un ritual aprendido.

Caminó hacia su oficina, pasando por cubículos donde Isela Valmorán trabajaba frente a su monitor, concentrada en sus hojas de cálculo.

Su presencia no provocaba nada en él, y sin embargo algo dentro de su pecho se tensó, una sensación breve y confusa que desapareció antes de que pudiera entenderla.

Se sentó y encendió su portátil. Los informes del día aparecieron con precisión matemática: balances, porcentajes, gráficos. Todo estaba alineado, perfecto. Cada número encajaba
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