Proyecto Omega.
El aire del pasillo era denso, casi irrespirable. El silencio que los rodeaba tenía una tensión tan viva que parecía a punto de estallar. Las luces parpadeaban en intervalos irregulares, proyectando sombras quebradas sobre los rostros de Isela, Damian, Livia y Vincent. Nadie hablaba. Nadie sabía por qué estaban allí.
Había una sensación de desorden interno, una certeza muda de que algo no encajaba en sus recuerdos.
Isela miraba a los demás como si fueran piezas de un rompecabezas que ya no recordaba cómo armar. La cabeza le dolía. Cada respiración le sabía a metal.
—Esto no está bien —murmuró, casi para sí.
Damian apoyó la espalda contra la pared, sus ojos siguiendo el parpadeo de las luces.
—Nada lo está. Tengo la impresión de haber… vivido esto antes.
Vincent permanecía en silencio, sus manos entrelazadas tras la espalda, el gesto contenido de alguien que intentaba mantener el control. Pero su mirada traicionaba una inquietud creciente. Había algo detrás de sus ojos: una pregunta qu