Hermanos.
El humo se arremolinaba como un animal herido, pegándose a la piel sudada de Isela mientras descendía los últimos escalones que aún se sostenían. Respiraba polvo. Tragaba polvo. Parecía que su garganta se deshacía.
Cada músculo de su cuerpo pedía descanso, pero la adrenalina la mantenía a flote. El edificio entero crujía como si protestara su supervivencia.
—Damián… Livia… —susurró, aunque ya no escuchaba más que ecos lejanos y derrumbes.
El último tramo de escaleras cedió detrás de ella. Isela cayó de rodillas al llegar a un corredor estrecho. Sus manos temblaban.
Estaba deshidratada, agotada, con los recuerdos fragmentándose como espejos rotos: ella y Damián riendo en un muelle; ella y Damián peleando en un campo gris; ella y Damián muriendo juntos en otro lugar, en otro tiempo.
¿Todo eso fue real? ¿O apenas fantasmas de vidas que nunca debería haber recordado?
Avanzó tambaleando.
El pasillo estaba oscuro, salvo por una luz tenue al fondo. Un destello azul, como un corazón que palpi