El navío continúa su curso hacia el puerto de Goldland, esta vez sin ningún contratiempo. El sol termina de ocultarse y en compañía de la oscuridad y las estrellas arriban a la costa.
La puerta del camarote se abre y Adrián, desde el escritorio, le hace una señal a Thomas, quien rápidamente se quita los auriculares y los esconde junto al reproductor.
—Bueno muchachos —dice Robert mientras el barco se detiene y se escucha como los barriles comienzan a rodar—. Por fin hemos llegado a Goldland.
Los muchachos se miran con picardía, comienzan a ponerse sus abrigos y se equipan con sus armas. Después de haber limado algunas asperezas parece que vuelven a ser el dúo que eran.
Juntos descienden del navío y allí los espera Viktor. Los durmientes aprovechan para dar una primera mirada a aquel entorno hasta ahora desconocido.
La luz de una gran luna se refleja sobre las armaduras que llevan unos corpulentos hombres que se dirigen hacia ellos. A unos kilómetros de ellos, pueden ver a la gran flot