Emma se despertó lentamente, con la luz de la mañana colándose tímida entre las cortinas. Se estiró en la cama, esperando encontrar a Leonard aún dormido a su lado, pero el espacio estaba vacío, frío. Frunció el ceño y escuchó un leve sonido repetitivo: pasos, pasos que iban de un extremo a otro de la habitación.
Se incorporó, confundida, y lo vio. Leonard caminaba con la frente inclinada, las manos entrelazadas detrás de la espalda, como si cargara el peso de un secreto que lo estaba consumiendo. Su respiración era irregular y parecía atrapado en un torbellino de pensamientos que no lo dejaban en paz.
—Leonard… —su voz sonó suave, casi un susurro adormilado.
El príncipe se detuvo de golpe. La miró y sus ojos reflejaron un torbellino de emociones: culpa, miedo, pero también un amor inmenso que parecía luchar contra todo aquello. Se acercó despacio, pero al detenerse frente a ella bajó la mirada, incapaz de sostener sus ojos.
—No pude dormir —confesó al fin, con un tono quebrado—. He e