La música aún vibraba en los pasillos cuando los últimos invitados comenzaron a despedirse. Entre risas, brindis y los ecos de la segunda pieza de baile que todos habían pedido, la velada se fue desdibujando en una bruma de satisfacción. La celebración había sido un éxito indiscutible, y Emma lo sabía: cada mirada, cada comentario, cada aplauso confirmaba que todos se irían con la sensación de haber asistido a una noche inolvidable.
Leonard, por su parte, permanecía de pie junto a Emma, con ese aire tranquilo que tanto la desarmaba. Había algo en su porte, en la serenidad con la que observaba todo, que contrastaba con la algarabía. Él parecía fuera de lugar, pero al mismo tiempo, era como si el mundo entero hubiera girado alrededor suyo.
—¿Estás cansado? —preguntó Emma en voz baja, inclinándose apenas hacia él.
—Un poco, pero ha sido… diferente —respondió Leonard con una sonrisa ligera—. No pensé que disfrutaría tanto de algo así.
—Eso es porque todavía no te acostumbras —dijo Emma, e