La música aún resonaba con fuerza en el salón, las luces cálidas iluminaban cada rincón y las risas de los invitados parecían flotar en el aire como un perfume invisible. Emma permanecía junto a Leonard, aunque su atención estaba dispersa. Desde que Victoria había aparecido con aquel aire altivo y seguro, algo en su pecho ardía con una incomodidad difícil de disimular.
Los pasabocas de inspiración therosiana aún circulaban en bandejas de plata, y Leonard, sin poder evitarlo, había sonreído con cierta nostalgia. Ese gesto no había pasado desapercibido ni para Emma ni para Victoria.
Emma trataba de convencerse de que era una simple coincidencia, que no había nada detrás de esos detalles, pero su intuición le gritaba que Victoria lo había planeado todo cuidadosamente para atraer a Leonard.
—¿Te sientes bien? —preguntó Leonard en voz baja, inclinándose hacia ella.
—Sí… claro que sí —contestó Emma con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Solo estoy un poco cansada, nada más.
Leonard fru