A las ocho y cinco, Sofi llega a las puertas de su edificio, después de un día bastante complicado, está cansada y con dolor de cabeza, tiene su celular apagado, ya que está impidiendo a su abuela que la acosa para hablar desde hace dos días; su abuela quiere tomar una resolución con unos problemas de la empresa, pero Sofi no quiere hacer nada; odia la empresa por ser la causante de que su padre faltara incontables noches a su casa, que faltara a varios domingos en familia y muchos cumpleaños y eventos escolares. Sofi no iba a caer en las manos de su mayor enemigo, no iba a meterse dentro del sistema para perder su vida personal, tenía otros planos, en los cuales estaba ocupándose a desmedida y no iba a parar hasta conseguirlo y para eso, no podía estar frente a una empresa, no iba a cometer el mismo error de su padre, no necesita más dinero del que tiene, no es codiciosa, ni mucho menos le importa fraternizar con gente de la "alta sociedad" o como ella los llama en secreto "alta suciedad" robándole líneas a Andrés Calamaro .
Tiene bien claro lo que quiere hacer ya dónde quiere llegar, y gracias a su perseverancia, le falta poco para cumplir uno de sus sueños que empezaron a emplearse hace más de un año por razón injustificable de la vida.
Lucha con la llave para abrir la puerta y con las bolsas para que no se les caigan en su acto de querer entrar a su edificio, cuando escucha aquella voz masculina a su lado haciéndola dar un grito ahogado por el susto.
—¿Te ayudo? —susurra en su oído.
—Ian —suspira cerrando los ojos para recomponerse y dejando que el rubio tome las llaves de sus manos—. Lo siento, me olvidé. Llego tarde, soy un desastre, no era mi intención; la hora se me fue y... Yo...
—No te preocupes —le interrumpe, tapando su boca con una mano y con la otra sosteniendo la puerta para que pase.
Ella toma una respiración profunda, asiente con la cabeza y agradece con los ojos la compresión del joven.
Ian toma las bolsas sin decir nada, como si esa fuese una orden; Sofi atina te lo agradezco en silencio.
En el ascensor, se nota a millas la tensión sexual que hay entre ellos, pero ninguno dice o hace nada al respecto; ella por su timidez y él por miedo a asustarla. Ian la estudia, la contempla mirándola de soslayo, evitando que ella se dé cuenta, ya que la ve muy nerviosa y con el rostro sonrojado; de vez en cuando, cuando sus ojos se cruzan, le sonríe y agacha la mirada. A él le gusta y divierte la inocencia que ella destila; su rostro le dice que es tímida, pero sus ojos le dicen que también es pícara y debía admitir que también está un poco nervioso y no entiende el por qué, si nunca fue un hombre que se altere delante de una mujer, sin embargo, la joven tiene algo que lo llena de curiosidad y de miedo al mismo tiempo. Claro que nunca lo iba a reconocer y menos en voz en alta. El rubio debía averiguar qué era lo que ella tenía que lo hacía sentir de esa manera.
Al llegar al apartamento, entra y van directo hacia la cocina; Sofi toma las bolsas que Ian deja sobre la mesada y las pone, sin siquiera abrirlas, dentro de la alacena, eso llama la atención del rubio, es decir; ¿Por qué no guardaba cada cosa en su lugar? ¿No había algo que meter dentro del refrigerador si quisiera?
—¿No las guardas? —curiosoa sin aguantarse la incertidumbre.
—Ya lo hice —le responde, abriendo una mecha más grande a la curiosidad del rubio.
—En mi país solemos guardas las cosas en sus lugares asignados.
—Aquí también —Camina hasta el refrigerador y saca una botella de vino, su boca estaba seca y el interrogatorio de Ian la dejaba más sentada.
—Pero pusiste todas las bolsas en el mismo lugar —le hace ver con una sonrisa.
—Ese es el lugar asignado. ¿Vino? —pregunta desviando la conversación.
Él asiente en silencio con la cabeza, todavía tratando de descifrar porque dejaba las bolsas allí.
Algo sobre el centro de la mesa llama la atención del rubio, echa un vistazo a Sofi que se encuentra de espaldas buscando un saca-corcho y entonces se abalanza a tomar lo que capturó su atención y atrapó su curiosidad. Lee el título del libro con el ceño fruncido, lo abre en donde estaba el separador y lee un par de estrofas, en cuanto entendió de qué va la historia se carcajea por dentro y muestra una gran sonrisa cuando Sofi se gira hacia él. La cara de ella era un monumento de cera, quería que la tierra se la tragara y luego que la escupiera en otro país, no, quería que la vomitara en otro continente. Ian sostiene el libro "De rodillas" en sus manos, cuya trama la llena de fantasías y las mayorías eran con él, y para peor de su suerte el joven la mira con curiosidad y una gran sonrisa que dice: "Yo sabía que tenías un lado salvaje".
—Debo admitir que estoy sorprendido —rompe el silencio.
—Eso ¿por qué? —pregunta ella tratando de sonar lo más normal posible, pero fracasa estrepitosamente, ya que su voz suena media cortada.
—Pensé que leías, no sé, literatura inglesa o novelas de amor y romance... Pero esto —Baja su mirada al objeto en cuestión—… Sublime —murmura divertido.
—Es de amor y romance —Se defiende ella.
—“Alexis tenía la boca ligeramente abierta y al sentir los dedos de Romina apretar sus pezones, tensó la mandíbula. Su verga se hinchó aún más…” —lee Ian en voz alta. Ella estira la mano para sacar el libro, pero él es más veloz y no la deja llegar—. Espera que venga la mejor parte —dice divertido—. "Samará apartó la vista, pero Dominic le centró la cara en dirección al joven. "Ni se te ocurre dejar de mirar" le susurró. Un golpe repentino en las nalgas de Alex..."
—Ya, ya entendí —le interrumpe con un sonido suspiro.
Ian baja el libro y la observación con detenimiento.
—¿Por qué te avergüenza leer esto?
—No me da vergüenza —suelta con demasiada velocidad, dejándose en evidencia.
—Vamos, estás roja como un tomate.
—Es por el vino —se excusa.
—Mentirosa —canturrea, agitando libro, amenazándola en silencio que va a seguir leyendo.
—Bueno —Se rinde—, quizás un poco de vergüenza —confiesa.
—¿En verdad te gusta el sado o solo es mera curiosidad? —quiere saber el rubio acercándose a ella, mientras deja el libro sobre la mesa.
—La verdad… Curiosidad.
— ¿Alguna vez lo has intentado? —indaga con cautela.
—No, no creo que vaya a soportar el dolor, me da pánico.
—¿Pero? —El chico se da cuenta que hay algo más en esa respuesta y quiere saber de qué se trata.
—Hay cosas que me gustaría hacer —habla mirando hacia abajo.
—Fantasías —adivina él y ella, todavía sin mirarlo, asiente en silencio. Ian coloca sus dedos índice y pulgar en la barbilla de la joven y le alza la cara para que lo mire—. Puedo ayudarte a cumplirlas.
—¿Qué quieres decir? —pregunta confundida.
—Seré tu conejito de india —le dice sonriendo—, es decir, puedo cumplir tus fantasías.
—No sé cómo —murmura la joven.
—¿No sabes cómo? —cuestiona estrechando sus ojos.
Ella suspira y desvía la mirada.
—A pesar de mi edad, no… No tengo mucha experiencia en… —Ella no puede terminar la frase.
—Entiendo —entona el rubio volviendo el rostro de ella para que lo mirase—. Puedo enseñarte —musita con suavidad.
—¿De verdad? —habla en voz baja.
Él asiente.
—Solo tienes que pedirmelo —Ian quiere que ella empezara por hacer a un lado su vergüenza, porque sabe que a la hora del sexo y de llevar a cabo sus fantasías, Sofi iba a estar inhibida y la mejor forma de empezar a desinhibirla era en que comenzara a pedir lo que quería.
—Yo… —Vuelve a desviar su mirada.
—Vamos, no están difíciles; solo pídeme que te enseñe —Casi le está suplicando.
—Enséñame... Enséñame cómo.