En menos de veinte minutos encontré el lugar. Apaga el motor inspeccionando la zona y baja de la camioneta. A unos metros había un grupo de chicos tomando cerveza y fumando mariguana, podía ver que estaban sumidos en una conversación sin lógica sobre un partido de fútbol. Con cautela se acerca a ellos sacando el celular, para mostrarles la foto del hombre que buscaba. Uno de ellos al verlo acercarse se pone derecho, enderezando la espalda y sacando el pecho, listo para lo que venga. Ian solo lo mira arqueando una ceja, pero no para su andar. Al llegar, se para frente a ellos con el celular en alto y la foto a la vista.
—Busco a este hombre —les dice sin más—. ¿Alguien lo ha visto?
—No lo conocemos —contesta uno sin siquiera mirar la foto.
—Me dijeron que vive en aquel lugar —Ian señala el establecimiento que se encontraba a pocos pasos de donde estaban habituados ellos.
—No conocemos a nadie, amigo —le dice otro antes de llevarse la cerveza a la boca.
— ¿Eso es un cerdo? —pregunta entrecerrando los ojos mirando fija la mano de uno de ellos.
—¿Quieres? —se burla el que había tomado la cerveza, que ahora le sacaba el cigarrillo de mariguana a su amigo y se lo tendía a Ian.
—Eso es ilegal —suelta el rubio.
—Es medicinal —entona el chico sonriendo.
—Tienes la autorización? —cuestiona Ian sin perder la arrogancia.
—Acaso eres policía? —pregunta el chico sacando pecho.
—De hecho, sí —contesta el joven haciendo a un lado su chaqueta para que vean su placa pegada el cinturón del pantalón.
Por unos segundos todos se quedaron inmóviles viendo la placa de Ian. El chico al que le había sacado su amigo el porro, fue el primero en reaccionar y salir corriendo. Detrás de él siguió a los demás, pero el que estaba sosteniendo el porro hacia Ian, no había sido lo suficientemente rápido e Ian lo arrincona contra la pared, apretándole el cuello con el antebrazo.
— ¿Dónde está? —sisea en tono amenazante—. Habla —exige apretando más el cuello.
—Allí —dice entrecortado, forzando la voz, señalando el complejo donde en ese momento salía un hombre acomodándose la chaqueta, ajeno a lo que pasaba a metros de él.
Ian lo observa y se da cuenta en seguida de quien se trataba. Ese era el jodido padre de Mateo, aquel hombre era el hijo de puta que había golpeado a Sofi.
El hombre levanta la vista y lo ve, nota el destello de odio y rabia en los ojos de Ian, por lo que por instinto sale corriendo para salir ileso. Ian se pone en marcha y en dos segundos ya lo tenía arrinconado contra la pared.
—Te gusta golpear a las mujeres —sisea con furia y le propina un puñetazo en la boca del estómago. Si no fuera porque Ian lo sostiene del cuello contra la pared, ya se hubiera desplomado en el suelo por ese solo golpe—. Sabes, una cosa es un hombre que pierde apostando, otra cosa es uno que engaña a su esposa, sin embargo, el que golpea a una mujer, en definitiva, es una jodida escoria —sisea dando otro puñetazo.
—No he hecho nada.
Su voz tiembla por el miedo y eso no pasa por desapercibido para Ian y lo enfurece más el notar lo cobarde que es, por lo que le lanza otro puñetazo en la mandíbula, esta vez dejándolo caer al suelo para luego darle una patada en las costillas.
—No eres tan gallito con uno de tu tamaño, ¿verdad?
Lo vuelve a patear, pero esta vez en la boca provocando que la sangre salte a borbotones de la misma, le da otra patada en las rodillas cuando el hombre intenta levantarse.
—Basta, por favor —súplica, demostrando más su cobardía—. No me lastimes —solloza tapándose la cabeza con sus brazos.
—Seguro que ella te dijo lo mismo y no te importó —Se agacha y lo toma con fuerza de la barbilla—. ¿Por qué debería importarme a mí? —Lo golpea de nuevo rompiéndole la nariz.
—No sé de qué hablas —lloriquea el hombre agarrándose la nariz rota.
—Sofi —solo dice Ian y el padre de Mateo abre sus ojos con lentitud—. Ahora sabes de que hablo —articula con una media sonrisa de venganza y le da una patada dándole vuelta, quedando de espaldas al suelo.
Ian se sube sobre el hombre y comienza a golpearlo sin parar, a tirar puñetazos a diestra y siniestra. Pegándole en la cara, en el cuerpo, le pega donde le da la rabia, sin mirar lo que está haciendo y sin perder su fuerza. Él está poseído por la furia y la venganza, porque por culpa del parásito que se ha sometido a golpes, su mujer, la mujer de su vida, la única que amó y sabe que va a amar siempre, está en una cama de hospital recuperándose de una gran golpiza. Pero el padre de Mateo no va a correr con la misma suerte, Ian tiene pensado acabar con él a golpes y no va a parar hasta lograrlo o hasta que su cuerpo no quiera seguir con su venganza.
—¡¡Ian!! —se escucha la profunda voz del morocho llamándolo, sin embargo, el rubio está concentrado en su víctima—. ¡¡Ian, basta ya!! —Ahora la voz se siente más cerca, pero la sigue ignorando y sigue arremetiendo contra el hombre tendido en el suelo que ya respira con dificultad—. Carajó.
Los fuertes brazos lo toman por los hombros y con extrema fuerza lo arrancan del cuerpo de aquel hombre que osó con lastimar a su mujer. Ian pelea por seguir arriba del tipejo y terminar lo que había comenzado, cegado por la ira, pero le es imposible llegar de nuevo al hombre, así que se decide a sacar su arma y acabarlo de una vez.
—No lo hagas, Ian —advierte el morocho sin soltarlo—. Tranquilízate —le pide, sin embargo, Ian no escucha, su atención está en su objetivo. Él parásito en el suelo—. ¡Ian, no vale la pena, no puedes matarlo! —le grita el morocho.
—¿Por qué carajo no? —gruñe el rubio ya sosteniendo el arma para matar.
—Porque él va a terminar muerto…
—Es lo que quiero —interrumpe Ian.
—Y tú preso —termina diciendo Gaby tratando de razonar con un Ian fuera de sí—. No puedes acabar así, amigo.
—Cuando la perjudicada fue Lina, no pienses dos veces en matar a quien fuese por sacarla de ahí —refuta Ian con indignación.
—Eso fue diferente y lo sabes —Ian niega—. Estábamos en una redada, nos dispararon y respondimos, estábamos en un operativo; esto no es un operativo y vas a terminar con serios problemas si haces esto —le indica el morocho haciendo pensar.
—Lastimó a Sofi —vuelve a gruñir.
—Y por eso no puedes hacerlo. Tienes que estar con Sofi, ahora que está en el hospital y luego cuando salga —Ian deja de forcejear y la mano que sostiene el arma comienza a temblar—. Tienes que estar con tu mujer siempre, tienes que cuidar de ella —Ian niega con la cabeza mientras que, con lentitud baja el arma—. Deja que sufra en prisión y te prometo que yo mismo me voy a encargar para que le rompan el culo todo el tiempo que pase dentro.
El rubio agacha la cabeza al igual que su rabia, se gira hacia su amigo y esconde la cabeza entre el hueco del cuello y el hombro de Gaby. El morocho lo siente agitarse y sabe que está llorando en silencio, por lo que no hace ningún movimiento. Cuando Ian se compone se aleja del morocho y lo mira fijo a los ojos.
—Gracias —musita limpiando los rastros del llanto—. Casi hago una reverenda cagada —señala no pudiendo creer que haya perdido el control de esa manera.
—No hay problema —Le palmea un hombro y le sonríe—. Vamos a llevar a ese engendro a prisión.
Ian asiente y ambos caminan hasta donde está el cuerpo inconsciente del padre de Mateo.
— ¿Está muerto? —pregunta Ian pateándolo en un costado para ver si se mueve, pero nada pasa.
Gaby se agacha y toma la muñeca del hombre tocando su pulso.
—No —niega con la cabeza—, pero no le faltaba mucho —se levanta de un salto—. Ocupémonos de esto y volvamos con tu mujer —Lo mira para luego guiñarle un ojo—. Es donde tienes que estar —dicho eso, entre los dos levantan al padre de Mateo y lo llevan a la camioneta de Gaby, para luego llevarlo a la estación de policía.
—Vamos a tener que volver por mi camioneta más tarde —le hace saber Ian una vez que sube al vehículo.
—Volveremos por tu jodida camioneta —confirma Gaby, al tiempo que enciende el motor y se pone en camino hacia la estación de policía.