Carmine tomó la mano de Giacomo y bajó del auto. Él regresó para sacar a su hija, cargando con cuidado el moisés. Una vez listo, volvió junto a Carmine y tomó su mano. Juntos se dirigieron hacia el asilo.
Tan pronto como Carmine se sintió mejor, insistió en llevar a su hija a conocer a Constanza. El resto de la familia ya había tenido esa oportunidad, y ella deseaba que la madre de Giacomo también pudiera vivir ese momento especial.
Giacomo no había estado del todo convencido de que Carmine estuviera en condiciones de salir de casa tan pronto, pero finalmente cedió. Aunque se preocupaba profundamente por ella, Carmine sabía que él también ansiaba que su madre conociera a la pequeña Constanza pronto, aunque nunca lo diría en voz alta. Él jamás le pediría algo que creía que ponía en riesgo su salud.
—¡No puede ser! —exclamó la enfermera en recepción, poniéndose de pie de inmediato. Rodeó el mostrador y se acercó a ellos con una enorme sonrisa en el rostro—. ¡Oh, por Dios! ¡Es una bellez