Mundo de ficçãoIniciar sessão
Un vestido largo color borgoña, digno de ser usado en las mejores fiestas. Mi cabello castaño, peinado en ondas perfectas por las manos del mejor estilista de la ciudad, rozando mi espalda descubierta. Y unos zapatos de tacón que podrían ser una trampa mortal para cualquiera que no supiera usarlos correctamente. Ese es el look que decidí llevar al casamiento de mi ex prometido.
Cualquier persona en su sano juicio diría que esto es masoquismo en su expresión más pura; que estoy loca; que no entienden qué sentido tiene presentarme aquí. Pero en mi cabeza no hay espacio para ninguna de esas ideas.
Solo existe la firme determinación de sacarlo de mi corazón, de mi piel, de mis pensamientos. ¿Y qué mejor manera que esta?Uno de los perfumes más sensuales de Yves Saint Laurent acaricia mi cuello mientras me sumerjo en la fragancia de Black Opium. Justo entonces, un golpe en la puerta de la suite —en uno de los hoteles de mi familia— me avisa que mi cita ha llegado. Solo espero que se vea como en la fotografía que me mostró Rolando, pienso mientras dejo la botella de perfume sobre la mesita de noche. Tomo mi bolso negro, pequeño y a juego con mis zapatos, y camino hacia la puerta.
Al abrir, me encuentro con un hombre que roza el metro noventa, cabello castaño claro, ojos grises, una barba perfectamente delineada y un físico capaz de atraer cualquier mirada.
—Dane, bienvenido —digo, comprobando que la fotografía no tenía filtro alguno.
—Señorita Olavarría, un placer —responde, y con ese porte de caballero de otra época, toma mi mano y deposita un beso en el dorso.
—Lo mismo digo. Supongo que tu padre ya te contó de qué va todo esto —comento, y él sonríe ligeramente.
—Por supuesto. Muchas gracias por lo que hizo por él —me agradece, y yo solo asiento.
—No tienes nada que agradecer. Era lo que me tocaba hacer, aunque detesto que cuando me preguntó cómo podía compensarme yo le hablara de esta situación… y terminara pidiéndole este favor. Y gracias a ti también, claro, por aceptar esta especie de trato. No tuve otra salida —me justifico; un novio falso no es precisamente motivo de orgullo.
Él sonríe, inclina la cabeza y me ofrece su mano.
—No tiene por qué justificarse conmigo. Acepté con gusto; después de todo, es lo mínimo que puedo hacer por usted. ¿Le parece si nos vamos? No quiero que llegue tarde a la boda —propone, y vuelve a sonreír.
—Por supuesto. Y por favor, llámame por mi nombre y tutéame, o todos se darán cuenta del trato —aclaro.
Su sonrisa se amplía. Si yo buscaba al candidato ideal para hacerle creer a Mauricio que todo está superado, sin dudas Dane cumple con la misión. Aunque por dentro, esté rota.
—¿Keira? Ese era tu nombre, ¿verdad? —pregunta mientras caminamos por el pasillo rumbo a los ascensores.
—Así es. No sé qué te habrá dicho tu padre, pero lo que debes saber de mí es que tengo treinta años, soy doctora en administración de empresas y actualmente soy la gerente global de los hoteles de mi familia —explico.
Su mirada gris se fija en mí con evidente sorpresa.
—¿Y cómo es que alguien pudo ser tan imbécil de dejarte pasar y casarse con otra? —pregunta sin filtro.
—Eso deberías preguntárselo a él. Yo solo te diré que no soy del tipo de mujeres que se acuestan a llorar por un hombre —respondo.
Dane llama al elevador y me observa, como analizándome.
—¿Eres del tipo de mujer que le hará ver el error tan grande que cometió? —inquiere, sonriendo.
—Exacto —respondo justo cuando las puertas se abren y subimos.
Apoyo mi espalda en la pared metálica; él hace lo mismo enfrente.
—¿Qué tengo que saber de ti? Tu padre es muy reservado, casi nunca habla de su familia —comento.
Él lo piensa unos segundos.
—Bueno, si alguno de tus conocidos te pregunta por mí, puedes decir esto: soy Dane Bautista, treinta y tres años, arquitecto y paisajista. Y si quieres inventarte una historia convincente de cómo nos conocimos, di que fue en la inauguración del hotel en Barcelona. Yo fui el arquitecto del proyecto y estuve en la fiesta inaugural hace un año —me dice.
Me arranca la sonrisa más verdadera de los últimos días.
—¿Tú y yo nos vimos ahí? No recuerdo si antes de eso hubo alguna otra oportunidad —pregunto.
Él se encoge de hombros.
—De lejos, sí. Tú ibas con él y yo iba con ella, como dice la canción —comenta, haciéndome reír.
—¿Y qué pasó con ella? —pregunto.
—Podría responder lo mismo que tú, pero yo sí sé que se fue con otro. Un empresario de familia importante, capaz de llevarla a recorrer el mundo como ella quería —cuenta.
Si alguien puede entender eso… soy yo.
—El dinero y su poder —señalo, y él me mira intrigado.
—¿Lo dice una mujer que lo tiene todo? —pregunta, recorriéndome con la mirada.
Le sostengo la mirada.
—Ya ves que no. Tuve que pedirle a tu padre que te convenciera de esto —respondo. Ambos sonreímos. Este extraño entendimiento entre dos desconocidos es casi inquietante.
—Mi padre solo me dijo que la mujer que le salvó la vida necesitaba un favor y no pude negarme. Lo que no sabía era que eras tú. Me enteré un par de horas antes de venir —confiesa.
—Yo solo estaba con tu padre cuando le dio el infarto, nada más. Ojalá hubiera podido hacer algo más que llamar a la ambulancia y seguir instrucciones —explico.
—Aun así —dice justo cuando las puertas se abren en el lobby—, no siempre alguien como tú se preocupa por uno de sus empleados.
—Tu padre es más que un empleado. Es como un segundo padre. Lleva muchos años trabajando con mi familia, siempre está pendiente de mí, y ha hecho mucho por mi padre —respondo.
—Siempre hablaba de “la niña del señor Olavarría”, pero yo pensé que se refería a tu hermana menor… hasta que me pidió este favor. Ahí entendí que no podía ser ella. Apenas tiene quince años —explica, haciéndome reír.
—No entiendo cómo es que nunca te vi en casa. A tu madre sí la conocí —comento mientras salimos del hotel.
—Es que me fui a estudiar a Inglaterra varios años. Luego regresé a Madrid y empecé mis propios proyectos.
—¿Viniste cuando tu padre se mudó con nosotros aquí? —pregunto justo cuando el chofer abre la puerta de la limusina.
Dane sonríe.
—Sí, vine unos meses después.
—Tu padre quiere demasiado al mío como para dejar Miami por completo —bromeo.
—Yo pienso lo mismo —dice divertido.
Subimos a la limusina.
—Es curioso —digo—. Nuestras familias se conocen desde hace años, pero tú y yo no. Quizás es como dices: tú te fuiste a Inglaterra, y yo volví a Estados Unidos para estudiar. Y recién hace dos años regresé.
—¿Y cómo lo conociste a él? —pregunta.
—En una reunión de negocios. Intentaba que nuestros hoteles compraran los vinos que producían sus viñedos. Entre una cosa y otra, me invitó un fin de semana allí y… bueno, ahí empezó todo —resumo—. ¿Y tú? ¿Cómo terminaste diseñando el hotel de Barcelona?
—Presenté mi proyecto al concurso y gané —dice, riendo.
—¡Felicidades! —respondo. Luego cae un silencio. Miro por la ventana y los recuerdos de Mauricio vuelven como un golpe. Siento cómo mis ojos se humedecen; es esa impotencia de no haber podido hacer nada para evitarlo. Puedo fingir seguridad, pero mi corazón sigue hecho pedazos.
—Te duele, ¿no? —pregunta suavemente.
—Mucho —confieso.
—Te entiendo. Yo tampoco consigo olvidarla —responde, y asiento. Lo entiendo mejor que nadie.
El trayecto no es largo. El chofer anuncia que hemos llegado. Me recompongo, acepto la ayuda de Dane para bajar y tomo su brazo, intentando simular que somos la pareja más enamorada del mundo. Caminamos entre la gente reunida frente a la catedral.
Los murmullos empiezan de inmediato. Todos se preguntan qué hago aquí.
Quisiera gritarles que no soy yo la mala del cuento. Que él me dejó después de tres años y se comprometió con otra apenas seis meses después.
—No los escuches —murmura Dane.
—Lo intento —susurro.
Nos sentamos en uno de los últimos bancos de la iglesia.
—No escatimaron en gastos, ¿eh? —observa.
—Todo esto lo elegí yo —respondo. Él me mira sorprendido—. Cuando nuestra boda se canceló, le dije que hiciera lo que quisiera con lo ya pagado. Así que aquí están las flores que escogí, los candelabros… solo espero que ella no haya usado el vestido que elegí.
—Es un… —murmura, pero se detiene—. Luego te lo digo. Estamos en la iglesia.
—Sí, luego me lo dices con todas sus letras —bromeo.
La ceremonia inicia. El novio —mi ex prometido— entra del brazo de su madre. Cuando me ve, esquiva la mirada.
—¿Ese es tu ex prometido? —pregunta Dane en voz baja.
—Sí. ¿Por qué? —pregunto, pero noto cómo su expresión cambia por completo.
—Esto no puede estar pasando… —murmura.
No entiendo nada.
La marcha nupcial comienza. Salma aparece radiante en un vestido hermoso —no el mío, por suerte—. Cuando pasa cerca, su mirada se cruza con la de Dane. Ambos se quedan helados.
—Dane, ¿qué sucede? —susurro. Cuando lo miro, sus ojos están llenos de lágrimas—. ¿Dane?
Le tomo el rostro.
—¿Qué pasa?
Él respira hondo, roto.
—Es mi exnovia… la que te dije que me dejó por el empresario. Tu ex prometido fue el hombre que conoció aquella noche.
El mundo se me va al piso.
El universo no puede ser tan pequeño. No puede ser tan cruel. Y aun así… lo es.







