Las cosas entre Irina y Alex después del sexo no fueron de la manera tradicional entre amantes, nada de quedarse enrrollados en las sabanas, con ella sobre su pecho escuchando los latidos de su corazón. Para comenzar no había sábanas para cubrirse, solo las de vestir la cama y el edredón azul normal de un hospital que era todo menos romántico. Irina después de asearse se vistió en el amplio baño de doctores solo para ella, frente al espejo lavó su rostro en el lavamanos y se miró, el cabello alborotado y las mejillas sonrojadas, aun sentía a Alex entre sus piernas, pensar en lo que acababa de ocurrir la hacía estremecer. —Pero qué diablos, Irina. No se sentía triste, tampoco tan furiosa, pero sí confusa. No sabía que sentía exactamente por Alex, solo que estaba determinada a encontrar justicia, para ella, para sus hijos. Cerró los ojos tratando de eliminar la absurda visión de ella con sus hijos y Alex. —Será posible. Alex creía que lo era, o eso había dicho
De regreso en la mansión Salvatore, Bianca estaba indignada, en cuanto entró Alex ella lo enfrentó en primer lugar, ya que Irina entró por la puerta de servicio buscando a su madre. —La mujerzuela que no disimule, porque ya vi que llegaron juntos, ayer salieron con los niños y hoy la escapada de amantes, solo para ustedes. Muy bello, mientras yo aquí, recuperándome y teniendo que fingir que soy ciega —expresó Bianca con todo el desprecio que cabe en su ser. —No tienes que fingir, sin tan desdichada te sientes puedes irte —Alex la observó—. Varias veces te he ofrecido una salida, puedo cuidarte si le temes a tu padre. — ¡Mi padre no me hace daño! Tú, y esa desgraciada que quiere quitarme todo lo que es mío, mi padre, y hasta mi esposo y mi hija. —La verdad es que seríamos una familia feliz —respondió Alex mirándola con descaro. — ¿Así que lo asumes? Ya ni intentas engañarme. — ¿Cuando he intentado engañarte? Aquí quien me ha engañado desde el instante que me conoció f
En el estudio de Alex todos voltearon al escuchar la puerta abrirse de par en par, Irina entró con actitud de reina. “Irina detente” —Se escuchó la voz de Olga. —Yo debo estar presente en esta discusión —ratificó Irina mirando a cada uno. Olga entró detrás de Irina y los ojos de Marco se posaron en ella de inmediato. — ¿Cómo te atreves, Irina? —Exclamó Bianca indignada—. Eres una igualada, tú y tu madre son unas arribistas de lo peor. —Y tú eres una psicópata que junto a James decidieron jugar con mi vida, aprovechándose de mi condición para tener a su disposición niños que servirían a sus propósitos. — ¿Cómo llegaste a esto Marco? —Preguntó Olga mirándolo con dolor. —Olga, yo no tenía idea, fue James quien jugó con nosotros. Nada tengo qué ver. — ¿Cómo que no tiene nada qué ver? —Inquirió Irina—. James no actuó solo ¡Por orden suya fue a la clínica de fertilidad! —Gritó Irina. —Claro que no, están malinterpretando todo —vociferó Marco… — ¿Entonces cóm
Para Marco Marchetti, la familia era intocable, adoraba a su hija, y su fragilidad congénita lo llevó a ser sobreprotector al extremo, tanto que tomó por Bianca todas las decisiones importantes en la vida. Cuando Bianca por su embarazo se complicó al punto de necesitar otro corazón, estaba lleno de pena, arrepentido de las medidas que tomó, sin duda que Alex hubiera hecho posible que su recuperación fuera completa y fuera atendida en su hospital era algo que había puesto a Alex en alta estima de Marco. Pero de haber muerto, quizás Alex ya fuera historia. Y aquí estaba Bianca, había planeado tener hijos con un hombre que Marco no aprobaba. Bianca trató de calmar a su padre, con su mejor cara de sufrimiento y en actitud sumisa suplicó. —Papi, puedo explicarte todo —se justificó Bianca con las palmas alzadas. Con su nerviosismo Bianca solo se hundió más, una parte de Marco esperaba que hubiera sido un error, pero ahora ella trataba de justificarlo. — ¡Entonces no lo
Bianca sintió el peso de las palabras de su padre, un torbellino de emociones la envolvía. No quería perder a Alex. —Ya sé lo que ocurre —dijo con la mano en el pecho y llorando a mares, al verla le partía el alma a cualquiera—. Ahora que ves a Irina, obviamente más fuerte que yo, ya no soy importante para ti, he sido desplazada. —Bianca, te adoro, eres mi tesoro, pero tú te has buscado esto. — ¡No quiero que Irina me lo quite todo! —Exclamó Bianca con los puños apretados. — ¡Eres tú quien le ha quitado a ella! Pero ya no más —zanjó Marco el tema. Bianca dio media vuelta y corrió hacia su habitación, dejando la conversación suspendida en el aire, llorando como niña que le han quitado un juguete. Marco se quedó mirándola hacia arriba hasta que escuchó la puerta del cuarto de Bianca cerrar de un golpe, su mandíbula estaba tensa. Se notaba el peso de la culpa en él. Respiró hondo antes de girarse hacia Irina. —De ahora en adelante te protegeré, quiero que sepas
Marco llevó a Olga a su casa. La mansión de Marco, aunque ciertamente estaba en un terreno más pequeño que la mansión Salvatore, era una enormidad llena de lujo. Marco se veía nervioso y al abrir la puerta para Olga ella quedó boquiabierta al ver un ícono de la virgen con el niño predominando el recibidor. — ¿Acaso es? —Inquirió Olga confusa. Marco afirmó con la cabeza. —Lo es. Lo mandé a robar a Nicolay. Como ves, aunque te creí muerta, una parte de mí sabía que te iba a encontrar. — ¿Por qué traerlo a Estados Unidos? Tu casa de Italia… Marco señaló la casa. —Mira esta casa, Olga. Cuando la vi la compré, porque es fiel a nuestra casa idílica. Que esté en New York, donde justamente tú estabas es… — ¿Coincidencia? —Un milagro… Olga se echó a reír sin dar crédito. — ¿No me crees? Acompañame. Marco avanzó con paso firme, guiando a Olga por los amplios pasillos de la mansión. Aunque la opulencia era evidente, algo en la disposición de cada detalle
Olga cruzó el umbral con cautela. La habitación era muy amplia, y obviamente de Marco. Estaba bañada en una luz tenue, cálida, que parecía provenir de una única lámpara colocada estratégicamente para iluminar el centro de la estancia. La pintura que había captado su atención, era muy grande, con un marco dorado y dominaba la pared frente al lecho. Era ella. Representada de una manera que nunca había imaginado, etérea y hermosa, como si el artista hubiera capturado no solo su rostro, sino también su esencia. Su cabello caía en suaves rizos ordenados, iluminado por un resplandor que parecía emanar de su propia piel. Sus ojos, llenos de vida y misterio, miraban hacia un horizonte invisible, como si estuviera soñando con un futuro que nunca llegó. Olga dio un paso adelante, incapaz de apartar la mirada. Cada pincelada parecía contar una historia, una que Marco había guardado en su corazón durante todos esos años. Pero lo que más la conmovió fue el fondo: un jardín lleno de
Alex entró a la sala privada de Bianca sin tocar y ella escondió debajo de ella una fotografía. Alex no hizo ningún comentario respecto a la foto, solo la miró. Ella estaba sentada en el sillón estilo Luis XV que era de su madre con la espalda completamente recta, recibía los tenues rayos de sol del atardecer que se filtraban por la ventana al ritmo que la brisa batía las cortinas. La atmósfera era solemne, con la música triste y nostálgica rusa que salía del aparato de sonido. —Vienes a regodearte ¿verdad? —Preguntó Bianca sin mirarlo. Alex se dejó caer en otro sillón del juego, demasiado pequeño para un hombre de su altura y complexión. —No entiendo como te gustan estas sillitas endebles, ni siquiera son cómodas. Bianca volteó el rostro y, con una mirada serena y desafiante, replicó en tono pausado: —Alex, míralo de esta manera: estas sillas en las que tantas miradas descuidadas se posan llevan en su estructura siglos de historia. A primera vista pueden parece