Capítulo 68. Carl y la advertencia
El pasillo subterráneo estaba en penumbras, impregnado de humedad y el eco metálico de las llaves. Soriana caminaba con pasos decididos, sosteniendo una lámpara de aceite y una jarra de vino. Su capa negra rozaba las paredes de piedra, dejando tras de sí una estela de perfume amargo. El guardia a cargo de las celdas apenas levantó la vista cuando ella pasó; la mirada de Soriana bastaba para que nadie se atreviera a detenerla.
Al llegar frente a la celda de Carl, se detuvo unos segundos. El hombre estaba sentado en el rincón más oscuro, con las rodillas dobladas y la cabeza apoyada contra la pared. A pesar de su aspecto desaliñado, la fuerza en su mirada seguía intacta. Cuando oyó el tintinear de las llaves, alzó la vista, con los ojos brillando a la tenue luz de la lámpara.
—¿Otra vez tú? —preguntó, con voz grave y cansada—. No esperaba visitas tuyas tan pronto.
—Te traje algo mejor que agua —respondió Soriana con una media sonrisa, mostrando la jarra de vino y un trozo de pan envuelt