El cielo estaba cubierto por un manto de nubes grises cuando Alina cerró la puerta de su habitación. El día había sido largo, y el enfrentamiento del día anterior con Soriana seguía ardiendo en su mente como una herida abierta. Se dejó caer en la cama, frotándose las sienes, intentando acallar los pensamientos que la carcomían. No sabía si estaba más cansada por la tensión entre las manadas o por la hostilidad que Soriana le mostraba en cada encuentro.

El sonido de la puerta abriéndose la hizo girar la cabeza. Devon entró sin anunciarse, con esa presencia imponente que llenaba el espacio sin esfuerzo. Llevaba el cabello algo despeinado, como si el viento de la noche lo hubiera revuelto, y sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de firmeza y algo que Alina no alcanzó a descifrar.

—Devon… —murmuró, incorporándose lentamente.

Él cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia ella. Sus pasos eran medidos, casi felinos, y por un instante, Alina sintió como si estuviera frente al lobo que habi