-Voy a poseerte esta noche, Lara. Voy a complacerte una y otra vez, haré que tu cuerpo arda durante horas, haré que te corras tanto tiempo que rogarás que se detenga. Cuando pienses que ya no puedes más, empezaré de nuevo, reavivaré las brasas ardientes dentro de ti. Gritarás mi nombre toda la noche. Todo esto comenzará en cuanto digas unas pocas palabras sencillas -prometió.
Ella volvió a quedarse callada. Él sonrió. No disfrutaría tanto de esto si ella se sometía tan fácilmente. Si hubiera querido una mujer sumisa, podría haberse llevado a su ex a casa, o a cualquiera de las mujeres del salón de abajo.
No.
Quería a Lara, su fuego, su semen, el deseo anhelante que emanaba de ella. El simple hecho de sentirla entre sus brazos era a la vez un alivio y una sensación de ardor. El roce de su excitación firme contra la suave suavidad de su estómago era placentero de una manera que no recordaba haber sentido antes.
Con el más leve roce de sus pequeños dedos alrededor de su rígida erección,