El mirar acusador de Brianna le robó por un momento la respiración a Kane, pero siguió en silencio.
—Hacer enojar a Evan es difícil y peligroso. Si llora mucho, si se enoja mucho, si se emociona demasiado, tiende a convulsionar, es algo que apareció hace un tiempo, y que según el médico desaparecerá solo —dijo ella. No era dura, pero así sonaba a oídos del rubio—. Él suele controlarse, pero por alguna razón tú lo llevas al límite, aunque puedo entenderlo. —Resopló y rodó los ojos, enderezándose—. Necesitas moderarte. Podemos discutir en privado. Lo que pasó hace unos días no debe volver a ocurrir. Nosotros lo arreglamos, pero a él no se le olvida.
Kane soltó un suspiro y se quedó metido en sí mismo largos segundos.
No podías hacer que alguien cambiara de la noche a la mañana, Brianna lo entendía bien, pero su hijo era su prioridad, y no permitiría que lo lastimaran.
En medio de ese silencio, caminó hacia él, se puso detrás de la silla y emprendió rumbo al pasillo, llevándolo consigo.