Evander Hunt era un buen niño… hasta que lo provocaban.
¿Quién se creía ese estúpido viejo para gritarle a su mami?
En un receso de la escuela, mientras miraba a otros niños jugar futbol en una cancha, se perdió en sus pensamientos. ¿Qué podría hacer para hacerlo pagar?
—Podría dejarlo sin dinero… no es difícil —murmuró bajito, pero luego negó con la cabeza—. No, eso metería en problemas a mami. ¿Golpearlo? No… está en silla de ruedas, eso sería muy cruel. Aunque él es cruel. —Soltó un suspiro.
Pasó la vista por los derredores y, de repente, se le vino una idea a la mente. Sus ojos brillaron y una enorme sonrisa pintó sus labios.
—¡Perfecto!
Por la tarde, luego de las clases normales y de las lecciones de artes marciales, Brianna fue a buscar a su hijo y volvieron a casa.
Él, sentado en su silla para niños, seguía entusiasmado, tarareando una canción que había escuchado más temprano.
—Evan, te ves muy emocionado —comentó curiosa desde el asiento del conductor.
—Es que hoy me divertí m