CAPÍTULO 8: Ataduras

Gema

Lo primero que se me ocurre, con toda la ironía que consigo reunir, es soltar:

—Oh, vaya… pero si es Brillitos. Qué gusto verte.

Él me observa con una mirada dura, casi cortante, mientras su mano se cierra alrededor de mi cuello y su imponente cuerpo me inmoviliza por completo. Mi parte loba se agita en mi interior ante su contacto. Puede sentir su calor.

—Uy, imagino que por tu comportamiento tan…’repentino’, no has venido a pasar la noche conmigo, Brillitos.

—No me llames así… —responde, entre dientes.

Suelto una pequeña risa.

—Lo siento mucho, señor… —digo la última palabra con retintín, poniendo los ojos en blanco.

Aprieta el puño de su mano libre y da un golpe seco al lado de mi cara, lo que hace casi imposible mantener la compostura. Sé que este hombre es peligroso, pero también sé que sigue ciertas normas —creo que es un alto cargo— y no me asesinará… O eso espero.

Miro sus manos enguantadas y un leve destello de decepción se abre paso en mí, a pesar de mis esfuerzos por i
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