Gema
Escucho el golpe suave, casi controlado, en la puerta. Mi corazón da un salto.
—Pasa… —digo mientras voy a su encuentro.
La puerta se abre y Leonardo entra a mi dormitorio con una sola zancada y no ha llegado ni a cerrar del todo cuando su mano se posa en mi cuello, firme, con la fuerza justa, y me atrae hacia él sin darme un segundo para reaccionar. Su boca captura la mía en un beso ardiente, posesivo y demandante, y siento cómo mis piernas se vuelven gelatina.
Me besa como si me reclamara, como si hubiera estado a punto de perderme y necesitara asegurarse de que sigo aquí. Su cuerpo me envuelve, y mi loba en mi interior ruge de placer, celebrando ese contacto, celebrando su dominio sobre mí.
Me falta el aire cuando se separa apenas un centímetro sin decir nada. Su respiración choca contra mis labios todavía húmedos.
—Ho-hola… —balbuceo, sintiendo el calor subir a mis mejillas como la lava en un volcán.
Cuando por fin recupero el aliento, lo recorro de arriba abajo, buscando en