—Te pido disculpas, madam, por todas las molestias que te he causado. —Dio media vuelta y salió de la habitación.
—¡Jon!
El apresuró sus pasos.
—¡Jon!
El echó a correr.
El baile prosiguió con el alboroto de la orquesta y de los invitados que conversaban y reían sin pausa, pero a Jon no le importaba. Tenía la sensación de vivir una pesadilla, se sentía horrorizado y sorprendido. Empujó las puertas principales sin prestar atención a los lacayos y salió de Castle.
Avanzó a grandes pasos más allá de los carruajes aparcados en doble y triple fila, cruzó el patio y atravesó la barbacana. No sabía adonde iba; no le importaba. En su mente sólo reverberaba una cosa: Lisa se iba y él tenía que
dejarla marchar.
Apresuró sus zancadas. La noche era estrellada y brillante, Jon no tuvo problemas con las irregularidades del terreno. La imagen de Lisa sollozando seguía grabada en su mente. Por supuesto que ella quería abandonarlo. Y
él, por supuesto, deseaba que ella se fuera.
¿O no? Sí, sí lo d