Ese día no quería salir de la cama. Le dolía la cabeza y no soportaba su acidez estomacal.
«Tengo que hacer algo con el error de anoche», ese pensamiento la hizo levantarse de golpe.
Se bañó y se vistió con una blusa sencilla y un pantalón de mezclilla. Axel la llevaría hasta allá. Incluso le propuso acompañarla a la consulta, a lo que ella se negó sin dejar espacio para cambiar de opinión.
Por un instante, creyó que él insistiría y que, a la mera hora, irrumpiría en el consultorio con esa aura peligrosa que cargaba casi siempre. Pero no, se quedó tranquilo, con una revista de motos en la sala de espera, mientras ella, nerviosa y avergonzada, entraba a ver a la ginecóloga.
La saludó sin mirarla a los ojos y tomó asiento en la silla fría de piel sintética.
Respondió las preguntas habituales: su nombre, su edad, cuánto tiempo había pasado desde su última consulta ginecológica y qué método anticonceptivo le interesaba comenzar a utilizar.
Fue sincera. Llevaba casi un año sin ac