“No me gusta beber alcohol”.
Fueron las palabras exactas de Ariana. Sin embargo, en ese momento, Axel la miraba con curiosidad, apoyaba el codo en la mesa y su barbilla descansaba en la palma de su mano.
Era su segundo daiquiri de fresa.
—Esa luz es muy suave. Nunca vi una igual. ¿Será por el tamaño del foco? ¿O por la forma que tiene?
Sus labios se movían rápido. Hacía el mismo gesto que Alana: mordisquearse un poco la esquina del labio superior mientras esperaba una respuesta a su largo monólogo.
Algo tan simple como una lámpara de techo la llevó a describirla y compararla con otras durante más de diez minutos.
Hace cuatro meses, habría sido la conversación más tediosa de toda su vida. Pero hoy, sin duda, verla parlotear en círculos le resultaba fascinante.
Apenas le dio un sorbo a su tercera copa cuando él la detuvo. No quería que la fase de parlanchina se convirtiera en una de mareo y vómito. Odiaba lidiar con borrachas, aunque fuese una así, de ojos hermosos y labios