Clarissa bajó la cabeza y miró la mano de Giovanni, delicada. Como su piel era clara, se veía el azul de sus venas resaltar como un río.
Sintió un hueco en el pecho. Ese día, en casa de los Santoro, él había aguantado muchas cosas por ella.
Y por la manera en que lo veía, parecía que Giovanni tampoco tenía ganas de salir a comer.
—¿Tienes hambre? Si no, mejor vamos a casa. Yo te cocino algo —dijo ella, girando su mano bajo la de él y enredando sus dedos finos entre los de Giovanni.
Ese día, solo quería cuidarlo. Que se sintiera bien.
Giovanni la miró y le apretó fuerte la mano.
Clarissa, con las mejillas calientes, se inclinó hacia él y apoyó la cabeza en su hombro. Luego abrazó su brazo, apretándolo.
Giovanni bajó la mirada y la vio, tranquilo, con una sonrisa suave en los ojos.
Cuando llegaron al apartamento, el ambiente seguía tenso. Giovanni seguía afectado, pero no por lo que le había dicho su familia. Lo que más le dolía era lo que Derek había dicho de Clarissa.
Le pesaba haberla