Cuando vio que Gabriel no parecía triste por su pierna, Clarissa también se calmó.
Se la pasaba tan agotada por el estrés y el cansancio que, apenas se subió al carro, se quedó dormida, apoyada en la ventana. El conductor no manejaba lento, y de vez en cuando se escuchaba el ruido de su cabeza golpeando el vidrio del carro.
—Maneja más despacio —dijo Giovanni, molesto y acercando a Clarissa para que apoyara su cabeza en su hombro.
El conductor hizo caso y redujo la velocidad.
Cuando vio que ella dormía tan profundamente, Giovanni dijo:
—Llévala al apartamento.
El conductor se quedó callado un momento.
—Señor Giovanni, ¿no se supone que vamos a llevar a Clarissa a su casa?
—No hay prisa, más tarde está bien.
El conductor no dijo nada. El carro giró en la dirección contraria y Giovanni miró el perfil de Clarissa, cuya piel clara reflejaba suavemente la luz. Entre sus cejas y ojos se notaba una suavidad perfecta.
El celular sonó. Giovanni pensó en colgar, pero cuando vio