Giovanni no dijo nada. Tenía los labios cerrados con firmeza, su mirada imperturbable, y sin necesidad de mostrar nada más. El aire se volvió tenso.
—En tu casa, humillaron a mi gente. ¿Qué piensas hacer al respecto? Tú decides, pero que sea ya — dijo Giovanni con voz tranquila, aunque su tono te dejaba de todo menos tranquilo.
Samuel se rio sarcásticamente:
—Ya ni filtro tienen con los clientes, ¿ah? Ya se echó a perder la noche. ¿Nos van a dejar pasarla bien o qué?
Novák, el siempre callado, solo dijo lo justo:
—Muy, muy bajos.
Javier se rio un poquito y, sin darle mucha importancia a las provocaciones, le habló al camarero:
—Por favor, haz que se vayan. Apunta sus nombres y sus caras. No quiero volver a verlos en el Jardín del Palacio. Jamás.
Las expresiones de todos cambiaron de golpe. Su orgullo herido les cruzó por la cara.
Henry ya no aguantó. ¿Quién iba a soportar tanto?
Con los dientes apretados, gritó:
—¡Nosotros vinimos a dejar dinero, Javier! ¿Así tratas a los que pagan?
—¿