Al bajar, lo primero que vio fue el carro de Luca, estacionado frente al edificio.
Él estaba ahí, apoyado en la puerta, con las manos en los bolsillos, apestando a alcohol. Su cuerpo parecía vencido, con una cara fatal.
Clarissa no entendía qué quería ahora. Lo miró desde lejos unos segundos antes de empezar a acercarse.
Y mientras se acercaba, más sentía el ambiente raro.
Luca tenía la cabeza agachada, medio cubierto por la sombra de la calle. Se notaba algo raro en él, una oscuridad que no era solo por el trago.
—¿Ahora qué? —preguntó Clarissa.
No tenía ganas de verlo. Había bajado solo para no seguir soportando a Tatiana.
—Escuché que… Giovanni te dio el contrato —murmuró Luca, con la voz cansada y la mirada perdida.
No hacía falta que dijera más. El tono lo decía todo.
Clarissa apretó los dientes y tuvo que disimular la rabia.
—¿Todavía crees que me gané ese contrato acostándome con él?
No importaba cuánto hablara. Para Luca, todo se resumía a eso. Como si todo el mundo funcionara