MADRE

MELISA.

Estoy aquí, entre estas paredes que aún huelen a seguridad, en la casa de papá, Herodes. La luz entra suave por la ventana y, por primera vez en mucho tiempo, no siento el estómago contraerse. A pesar de todo, el silencio es mi mejor consuelo.

El recuerdo de lo que viví... es una sombra fría que se resiste a marcharse. Fue un momento oscuro, un abismo de miedo y soledad donde la esperanza era un hilo fino. Me robaron la libertad, me quitaron el cielo, pero hay algo que nunca pudieron arrebatarme: la fe ciega en ellos.

Sé que Kostas no está aquí ahora. Se ha ido. Mi protector, mi luz en la oscuridad, está allá afuera, cazando al último Mancini que queda. Siento su ausencia como un vacío que me recuerda constantemente el peligro que aún persiste. Pero esa misma ausencia me da fuerzas.

Porque nunca dudé. Ni un solo día. En el peor de mis infiernos, sabía que él vendría. Sabía que mi padre, Herodes, movería cielo y tierra, desataría su furia para encontrarme. Y sabía que Kostas, c
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