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Dylan vio mi cara de susto y se señaló una oreja riendo por lo bajo. Me apresuré a apagar la música, apoyando la tablet boca abajo sobre la mesa, para que no viera lo que había en pantalla.

—Perdóname, amor, no quise asustarte —sonrió—. ¿Quieres una?

—No, gracias. Me hice un té —respondí, obligándome a devolverle la sonrisa.

—Te hablé desde la puerta del estudio, pero no me escuchaste —agregó, acercándose a inclinarse hacia mí para besarme el pelo.

—Oh, perdóname —murmuré—. No me di cuenta que tenía el volumen tan alto.

Se detuvo a observarme un momento y frunció el ceño.

—¿Estás bien?

—Sí, amor, sólo estoy un poco cansada.

Asintió acariciándome la mejilla.

—No me esperes para irte a dormir —dijo encaminándose al estudio—. Porque esto durará al menos un par de horas más.

Asentí también, manteniendo la sonrisa forzada hasta que cerró la puerta entre nosotros y la lucecita roja volvió a encenderse.

No podía c

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