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Tal vez fue porque estaba emocionalmente extenuada, pero empecé a sentir los párpados pesados al terminar de comer, y me costó mantenerme despierta mientras lavaba y limpiaba.

El cubrecama era un acolchado a la antigua, gordo y voluminoso, y a pesar de que era una tibia noche de verano, el peso del acolchado me hizo sentir más contenida cuando me acosté. Me dormí apenas cerré los ojos, un sueño profundo, sin imágenes, del que no desperté hasta la mañana siguiente.

Eran pasadas las nueve.

La cama estaba ubicada de costado contra la pared de la ventana que daba a la calle. Un árbol de la casa vecina estiraba sus ramas hacia la de Irene, y a esa hora el sol entraba al apartamento a través de las hojas, que se mecían suavemente en la brisa.

Me desperecé con gusto bajo el acolchado y me demoré así, mirando el juego de luces y sombras en la ven

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